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Camila O’ Gorman y Ladislao Gutiérrez: un día la ignorancia y la hipocresía fusilaron al amor

Por Luis Hernán López

 

 

Virreinato del Río de La Plata. Romper las reglas sociales siempre fue una aventura de alto riesgo y más aún si el gobernante de turno era nada más y nada menos que el dictador Juan Manuel de Rosas (1793-1877).

 

Este fue el caso de la niña aristocrática y del sacerdote jesuita que se conocieron en una tertulia de la alta sociedad rioplatense para enamorarse tan perdidamente, que osaron esquivar todas las varas impuestas por una sociedad ultraconservadora, y dar rienda suelta al sentimiento más fuerte y puro que tenemos los seres humanos: el amor.

 

Camila O’Gorman nació el 9 de julio de 1825 en Buenos Aires, y era hija de una encumbrada familia francesa de gran influencia social liderada por Adolfo O’Gorman y Joaquina Ximénez Pinto, quienes los criaron con valores de la época. Camila fue la quinta de los seis hijos de la pareja. Uno de sus hermanos, Eduardo, sería sacerdote, compañero de seminario e íntimo del cura Ladislao Gutiérrez, a la postre amante de su hermana.

 

Desde el mismo momento en que la niña vio la luz y dio sus primeras bocanadas de aire fresco, sintió llevar el dominio de la bandera genética de su famosa abuela: Marie Anne Périchon de Vandeuil, conocida popularmente como «La Perichona».

 

Esa bella francesa fue desterrada en más de una oportunidad hacia tierras de Río de Janeiro (Brasil), por demoler los corazones sensibles de hombres de bastón y galera y dinamitar los celos de mujeres encumbradas, cultas, religiosas e influyentes que cobraban venganza con su destierro.  

 

Fue ella, «La Perichona», la que enamoró perdidamente a Santiago de Liniers, héroe de la Reconquista durante las invasiones inglesas.

 

Cuenta Paul Groussac que mientras avanzaba Liniers al frente de su columna, el 12 de agosto de 1806 (Primeras Invasiones Inglesas), al llegar a la calle de San Nicolás (hoy Corrientes), desde los balcones Anita (La Perichona) arrojó a sus pies un pañuelo bordado y perfumado en señal de admiración al vencedor. Liniers lo reconoció con la punta de su espada, y con el pañuelo en alto, contestó el saludo con un movimiento marcial. Viudo dos veces y cincuentón enamorado, pronto tuvo relaciones con ella.

 

Como Camila y Ladislao, Liniers vivió su romance con “La Perichona» en su casa esquina de Reconquista y Corrientes, ante el murmullo incómodo y molesto de una sociedad que todo lo veía y todo lo juzgaba.

 

Años después el militar fue fusilado en «Cabeza de Tigre», provincia de Córdoba, y la dama terminó sus días recluida en el altillo de una estancia, donde falleció un 1° de diciembre de 1847, a los 72 años, recordando ese amor tan intenso y otros menos conocidos.

 

Por su parte, Ladislao Gutiérrez nació en Tucumán en 1824, siendo huérfano desde temprana edad. Con el aval de su tío, el entonces gobernador de su provincia natal, Celedonio Gutiérrez, aliado de Rosas, comenzó sus estudios de fe, lo que lo llevó a ser sacerdote y emprender un viaje a Buenos Aires.

 

Así que el gobernador tío envía a Buenos Aires al jovencísimo cura con algunas cartas de recomendación para facilitarle el trance. El secretario del Obispado, Felipe Elortondo y Palacios, lo recibe en su casa por un tiempo. Ladislao se incorpora a la Parroquia del Socorro, a la que va Camila y que hoy es la esquina de Juncal y Suipacha, pero entonces era una zona de quintas y frutales. En el Socorro, Ladislao conoce primero a Eduardo, el hermano sacerdote de Camila, que lo invita a las cordiales tertulias de la casa familiar. Es allí donde Ladislao conoce a Camila.

 

Poco a poco la muchacha se fue enamorando secretamente. Camila O´Gorman era una adolescente rebelde. En su época las «Niñas» de la alta sociedad no iban solas a misa, ni a actividades sociales, sin embargo ella sí lo hacía.

 

Al poco tiempo ambos se enamoraron y las permanentes visitas mutuas no tardaron en generar el incómodo murmullo, que pronto se transformó en una incomodidad para todos.

 

El corsé de la sociedad era demasiado estrecho para un amor tan gigantesco.

 

Imanol Arias y Susú Pecoraro, en Camila, la película de María Luisa Bemberg, de 1984.

 

Fuga y persecución

 

No habían transcurrido más de diez días que los O´Gorman habían perdido a Anita Perichón, abuela de Camila, cuando los amantes decidieron huir para salvar su amor de las garras filosas de una sociedad que todo bache lo tapaba con sangre.

 

La tierra prometida era «Río de Janeiro», ese lugar mágico del Brasil descrito tantas veces por «La Perichona», donde refugiaba sus destierros. Pero antes debían sortear Luján, Santa Fe, Entre Ríos, Corrientes y Misiones.

 

Era el 12 de diciembre de 1847, cuando escapan a caballo. Con unos pocos ahorros, algo de provisiones y la premisa «hasta que la muerte nos separe», le dan rienda suelta a las bestias, que galopan por los caminos polvorientos. Camila y Ladislao huyen del hartazgo, de la relación clandestina, del juego de las escondidas, pero principalmente del infierno que podían vivir si ambos eran descubiertos.

 

Entre ambos todo se sentía pecaminoso. Antes de la partida y para confundir su destino final, Ladislao informó a sus superiores que ese día en horas de la noche debía estar en Quilmes, al sur de Buenos Aires, para un servicio religioso. Pero lo que él y su amor secreto en realidad hicieron fue enfilar hacia San Fernando, veintidós kilómetros al norte de la ciudad, en cuyo puerto abordaron un barco.

 

Al llegar a Santa Fe apelan a una gran estrategia, se presentan sin documentos, juran haberlos perdido, ante el capitán de la goleta Río de Oro, quien les extiende el pasaporte a nombre de quienes no son: Camila es ahora Valentina Desan. Y Ladislao es Máximo Brandier. Vienen de Salta, o de Jujuy y son jóvenes comerciantes.

 

Pasaportes falsos de Camila O’Gorman y Ladislao Gutiérrez.

 

La primera piedra en su camino

 

La compra de provisiones, el pago de pasaportes falsos, los costos del viaje en barco y otras menudencias terminaron por devorar en poco tiempo los escasos ahorros. Sólo en algunos días lograron recorrer un poco más de 600 kilómetros. Era el 22 de diciembre cuando llegaron al pueblo de Goya, en la provincia de Corrientes, sin provisiones ni dinero.

 

Una vez allí, los enamorados utilizaron los nombres que figuran en sus pasaportes: Valentina Desan y Máximo Brandier. Más tarde abrieron la primera escuela del lugar, lo que los hizo muy queridos entre los pobladores.

 

La noticia sobre la presencia de los maestros, generó en la región una necesidad de enviar a sus hijos a estudiar, por lo que las precarias instalaciones no tardaron en quedar chicas, debiendo ampliar el rancho elegido para dictar clases. 

 

Por esos meses la vida de Camila O´Gorman y Ladislao Gutierrez en tierras correntinas corría por vertientes cristalinas de felicidad. Gente culta, servicial y de modales señoriales, que les permitieron relacionarse prontamente con la más encumbrada sociedad de Goya, que los admiraba, quería y respetaba.

 

Era marzo de 1848, cuando a Camila se le comenzó a notar su embarazo.

 

Una espina en el camino de Rosas

 

La desaparición simultánea delató el plan. Los O´Gorman preocupados por la repentina desaparición de Camila, acudieron a la iglesia en busca de noticias. El suspicaz provisor del Socorro, Manuel Velarde, a quien Ladislao Gutierez le había informado sobre su viaje al sur de la provincia, no tuvo dudas de lo que se trataba y no tardó en informar al canónigo Elortondo y Palacios y al obispo Mariano Medrano.

 

La noticia voló como un rayo al escritorio del gobernador Juan Manuel de Rosas. «No se mueve ni un chingolo en esta pampa sin que se entere el gobernador» dijeron los canónigos, que no tardaron en pedirle al «Restaurador de las Leyes» un castigo ejemplar ante tan atroz crimen.

 

Adolfo O’Gorman, padre de Camila, se encontraba en su estancia de «La Matanza» cuando fue notificado por su hijo sobre la decisión de la joven aristócrata y el cura. El hombre había sufrido gran parte de su vida la vergüenza de las desventuras de su madre (La Perichona), por lo que estalló de ira y sin más regresó a su hogar donde le escribió una carta a Rosas: “Me tomo la libertad de dirigirme a VE por medio de esto, para elevar a su Superior conocimiento el acto más atroz y nunca oído en el país, y convencido de la rectitud de VE hallar un consuelo en participarle la desolación en la que está sumida toda mi familia. (…) Así señor, suplico a VE dé orden para que se libren requisitos a todos los rumbos para precaver que esta infeliz se vea reducida a la desesperación y conociéndose perdida, se precipite en la infamia”.

 

Tras enviarla, volvió hacia su familia que miraba espantada la decisión que el gobernador podría tomar y les dijo: «Sé que no está arrepentida; es igual a mi madre».

 

Detalles de la infame noticia invadieron los hogares respetados y de los suburbios porteños. Las paredes de las casonas coloniales prontamente se empapelaron con los detalles de los reos y por las empedradas calles chispeaban las herraduras de los chasquis, que volaron en todas direcciones con el pedido de la pronta captura.

 

Los que sabían leer, privilegio que sólo tenía una ínfima porción de la población total, pudieron acceder al anuncio que empapela la ciudad con las características de los dos “reos”: «El individuo es de regular estatura, delgado de cuerpo, color moreno, ojos grandes pardos y medios saltados, pelo negro y crespo, barba entera pero corta, de doce a quince días, lleva dos ponchos tejidos (…). un diente de adelante se empezó a picar. Buenos Aires a 21 de diciembre de 1847”.

 

Se busca a los fugitivos en todos los rincones de la Confederación, con el mismo empeño que a los enemigos del gobierno del dictador y con la premisa de que al ser descubiertos debían ser detenidos y enviados a Buenos Aires. Para Rosas, este no era simplemente un romance imposible, sino un hecho político en el que se desafiaba su poder y autoridad.

 

El Calígula del Plata

 

La estrella que acompañó a los jóvenes aventureros del amor clandestino, nunca tuvo brillo ni destello. Es más, los primeros esfuerzos de la noble familia y del gobierno de aquel dictador en intentar tapar el escándalo que se avecinaba con negros nubarones, fue en vano.

 

Los intelectuales expatriados fueron los primeros en hacerse eco de «semejante desventura» y quienes desde Montevideo y desde Chile, lanzaron proclamas poco felices que terminaron siendo el leño perfecto en una hoguera cada vez más incandescente.

 

En el periódico El Comercio del Plata, Valentín Alsina inició una serie de ataques que presentaban el caso como una muestra del grado de “corrupción” que reinaba en Buenos Aires. Pronto, desde Chile, se sumó Sarmiento, quien en El Mercurio se desgarraba las vestiduras: “Ha llegado a tal extremo la horrible corrupción de las costumbres bajo la tiranía espantosa del Calígula del Plata, que los impíos y sacrílegos sacerdotes de Buenos Aires huyen con las niñas de la mejor sociedad, sin que el infame sátrapa adopte medida alguna contra esas monstruosas inmoralidades”.

 

En tanto, Bartolomé Mitre, desde Bolivia, señala que “se sabe que las Cancillerías extranjeras han pedido al gobierno criminal que representa a la Confederación Argentina, seguridades para las hijas de súbditos extranjeros que no tienen ninguna para su virtud”.

 

Juan Manuel de Rosas, recibe estas notas como verdaderas puñaladas contra su ser infranqueable, por lo que la necesidad de una venganza extrema y un castigo ejemplar resuenan en sus entrañas como el campanario que llama a misa.

 

Veintidós años después de ordenar el fusilamiento, Rosas en su eterno exilio en Southampton (Inglaterra) le dice a su yerno Terrero: “Ninguna persona me aconsejó la ejecución del cura Gutiérrez y Camila O’ Gorman, ni persona alguna me habló ni escribió en su favor. Por el contrario, todas las personas primeras del Clero me hablaron o escribieron sobre este atrevido crimen y la urgente necesidad de un castigo ejemplar, para prevenir otros escándalos semejantes o parecidos. Yo creí lo mismo. Y siendo mía la responsabilidad, ordené la ejecución”.

 

Una fiesta y un encuentro inesperado

 

Valentina Desan y Máximo Brandier (Camila O’Gorman y Ladislao Gutiérrez) fueron muy famosos en Goya. Ambos se habían incorporado a la sociedad como piezas principales. En todas las tertulias que las familias acomodadas brindaban, eran invitados principales y en muchos casos se habían convertido en consejeros comerciales y espirituales.

 

La pareja de maestros estaba feliz y el embarazo de ella era uno de los motivos principales de la alegría diaria. Y es por eso que no dudaron en aceptar la invitación a una nueva tertulia, sin imaginarse jamás que allí comenzaría el calvario hacia su propia cruz.

 

El cura irlandés Miguel Gannon, llevaba varios días en la región y su partida hacia Buenos Aires era inminente. El canónigo, también fue invitado a la misma fiesta y ante la insistencia de la familia propietaria del lugar, terminó concurriendo.

 

Era un sábado 16 de junio de 1848, cuando Ladislao Gutiérrez fue reconocido por Miguel Gannon. El humilde siervo de Dios alertó a las autoridades, que en principio dudaron sobre la veracidad de la información. La sociedad de Goya sintió el mismo estupor que la porteña al enterarse de la noticia, sin embargo, nunca se involucraron para salvarlos.

 

Horas más tarde de ser denunciados y por orden del gobernador correntino Benjamín Virasoro, la pareja de infelices fueron encarcelados.

 

Un viaje penoso rumbo al patíbulo

 

El regreso es lentísimo. Tarda más de dos meses, con un trato riguroso: separación absoluta, remache de grillos. A pesar de ello, Camila logra enviar una súplica a su amiga Manuelita Rosas, cuya respuesta se conoce. En una carta sumamente cariñosa, Manuelita le pide resignación para salvar la distancia que las separa «a fin de que, ya a mi lado, pueda con mis esfuerzos daros la última esperanza».

 

Los mismos que les rogaban que nunca abandonaran Goya, los llevaron al cadalso. Muy pronto fueron detenidos, separados e interrogados por el juez. La primera en prestar su testimonio es Camila. Las preguntas cargadas de suspicacias apuntan a saber si el cura la había violado y la había obligado a huir, acción que fue rechazada de plano por la joven, que en medio de tanta congoja y estupor sólo atinó a sostener: «Fui yo la que lo provoqué».

 

La detención de los desdichados convulsionó el ambiente porteño y el gentío corría de casa en casa para tener noticias frescas y detalles de aquella deshonra.

 

El padre de ella se entrevista con Rosas, a quien le pidió un castigo rápido y ejemplar.

 

Días después, por orden del gobernador correntino Benjamín Virasoro los jóvenes aventureros que deseaban terminar en Río de Janeiro, fueron engrillados y separados, cargados en carretas hasta el puerto donde un barco los trasladó a Rosario.

 

Era el 7 de julio, cuando retomaron el camino por tierra. Viajaron en carretas, también separadas, hasta cerca de San Nicolás de los Arroyos y con destino final Santos Lugares.

 

Rosas mandó preparar dos habitaciones en la Casa de Ejercicios Espirituales para alojar a Camila. Le ordenó al jefe de policía Juan Moreno acondicionar un calabozo en la cárcel del Cabildo para el cura. Se dispuso que una fonda cercana le llevaría la comida. Hasta habían blanqueado las paredes de la celda. Dos días después, los dos alojamientos quedaron preparados. Los muebles para ambos lugares los habían comprado en la mueblería de Blanco, por Manuelita, la propia hija de Rosas y amiga íntima de Camila.

 

Llegaron el 7 de agosto de 1848 a las cuatro de la tarde. Entraron en dos carretas entoldadas, rodeados por una multitud que pugnaba por verlos.

 

Ese mismo día, el comandante de la prisión, Antonino Reyes, envía un mensaje y los documentos a Rosas, a quien le informa del embarazo de la muchacha.

 

Los juristas hablaron

 

Santos Lugares estaba a cinco leguas de la ciudad de Buenos Aires. El general Agustín Pinedo era el jefe militar, aunque el que llevaba la voz cantante era Antonino Reyes. El lugar era también conocido como “La Crujía”, por haber sido una construcción del convento de los mercedarios.

 

Rosas le pidió consejo a Dalmacio Vélez Sársfield, Lorenzo Torres y Baldomero García, reconocidos juristas, quienes se inclinaron por la condena. Eduardo Lahitte se pronunció en contra.

 

El cargo criminal contra Ladislao era de seducción de doncella, y contra los dos, de unión sacrílega. Asimismo, con su conducta habían producido un escándalo mayúsculo en la sociedad porteña.

 

Manuel Bilbao destacaba en la introducción de las Memorias de Reyes, que éste último tenía en su poder los dictámenes de varios letrados que aconsejaron la ejecución de la infortunada pareja:

 

“Se decía por personas caracterizadas de la época de Rosas, que éste había pedido a los doctores Vélez Sarsfield, Baldomero García, Lorenzo Torres y Eduardo Lahitte, una opinión fundada respecto a la pena en que habían incurrido Camila O´Gorman y Gutiérrez, y que los tres primeros habían condenado a muerte a los acusados, excepto el último que había negado al dictador la facultad de disponer de sus vidas. ¿Eran ciertos esos informes? Los tiene Antonio Reyes, se me dijo, y la razón que se daba para esa afirmación, era la siguiente: Preso D. Antonio Reyes en 1853 (tras la caída de Rosas) y sometido a juicio, la opinión predijo y los periódicos lo sostuvieron, que el resultado de la causa tenía que ser una sentencia de muerte. Conocido por Rosas, que se encontraba en Southampton, el peligro que amenazaba a Reyes, le envió un paquete bien cerrado y sellado, conteniendo papeles de tal importancia que basta para significarle la carta con que el ex-dictador lo acompañaba: Para el caso de que Reyes sea condenado a muerte y no quede otro remedio de salvarse, decía, que abra ese paquete y en él encontrará lo necesario para salvar su vida. Era con referencia a este incidente que se me decía: ese paquete contenía los informes que aconsejaban la ejecución de Camila O´Gorman”.

 

El doctor Mariano Beascoechea, quien fuera oficial de la secretaría del dictador en Santos Lugares, prestó declaración sobre este suceso:

 

“Luego que el presbítero Gutiérrez y la joven Camila llegaron a dicho cuartel general, le dirigió Reyes a Rosas una carpeta en que le participaba el arribo de ellos y le manifestaba que por la premura del tiempo no les había hecho formar las clasificaciones, pero que lo haría después y se las mandaría con la prontitud posible, advirtiéndole a la vez a Rosas, que aunque según estaba ordenado debía haberle puesto grillos a la joven, había por entonces omitido hacerlo, en razón de haber ésta llegado algo indispuesta por el traqueo del carretón en que venía, y estar muy embarazada; y que si en esta omisión había él hecho mal se dignase perdonarlo. Esa carpeta en que así hablaba Reyes a Rosas, las tuve yo mismo en mis manos en borrador escrito por Reyes, y se las dicté antes, quien la puso en limpio”.

 

Según el testimonio de Beascoechea, la carpeta contenía de puño y letra de Rosas instrucciones para Reyes:

 

1°) Que el cura de Santos Lugares, Pascual Rivas, suministrara los auxilios espirituales a la pareja condenada.

 

2°) Que a las diez en punto de la mañana del día ordenado se los fusilara.

 

3°) Que si los reos a esa hora no se hubieran reconciliado con Dios, se llevase la ejecución sin dilaciones como se ordenaba.

 

4°) Que Reyes hiciera incomunicar al cuartel de Santos Lugares.

 

5°) Que se remitiera a Rosas la carpeta con las diligencias realizadas.

 

Una nieta del famoso jurista y padre del Código Civil, Dalmacio Vélez Sársfield, dijo años después en Río IV que su ancestro nunca había aconsejado matar a Camila y Ladislao, por el contrario, sólo le envió a Rosas los elementos jurídicos para que tome la determinación.

 

Pedidos de clemencia

 

La pareja se sabía perdida y Camila juega una importante ficha a favor de la pareja; decide acudir a su amiga de la infancia «Manuelita» la hija de Juan Manuel de Rosas, quien le contesta el 9 de agosto de 1848: “Señorita Doña Camila O’Gorman. Querida Camila: Lorenzo Torrecillas os impondrá fielmente de cuanto en vuestro favor he suplicado a mi Sr. padre Dn. Juan M. de Rosas. Camila: Lacerada por la doliente situación que me hacéis saber os pido tengáis entereza suficiente para poder salvar la distancia que aún os resta a fin de que yo a mi lado pueda con mis esfuerzos daros la última esperanza. Y en el ínterin, recibí uno y mil besos de vuestra afectísima y cariñosa amiga. Manuela de Rosas y Ezcurra”.

 

Otra que envía a Rosas una carta pidiéndole súplica por la joven fue la cuñada, María Josefa Ezcurra, quien insta a recluir a Camila en la Casa de Ejercicios. Aparentemente, se acepta en principio este criterio. María Josefa Ezcurra había tenido un hijo con Manuel Belgrano, que fue adoptado por Rosas y pasó a la historia como Pedro Rosas y Belgrano, de larga actuación política.

 

Las grietas se tapan con sangre

 

Miles son los relatos sobre la manera que fueron fusilados los infelices amantes. Se dice que ese 18 de agosto de 1848, cuando el invierno estiraba sus últimos suspiros, la pareja fue llevada con los ojos vendados. Ella vestida de blanco, él con pantalón negro, chaleco y barba de varios días. Dos cuerpos jóvenes, un tercero en camino.

 

Fue el daguerrotipista y litógrafo Rod Kratzenstein, quien puso luz a los últimos pasos de la pareja, no tan sólo por haberlo graficado en un lienzo, sino además por haber sido testigo ocular de este triste episodio que enlutó el país.

 

Litografía realizada por Rod Kratzenstein recreando el momento previo al fusilamiento.

 

Según su imagen, cuatro verdugos conducen la silla de Camila, detrás se encuentra la de Ladislao Gutiérrez, quien viste traje eclesiástico, y sobre la pared aparecen dos bancos destinados para las víctimas. Debajo de la litografía se lee la siguiente leyenda: “Sacrificio de Camila O’ Gorman y del sacerdote Gutierres/ Fueron fusilados por orden del tirano Juan Manuel de Rosas, en el Campamento de Los Santos Lugares, el 18 de Agosto de 1848”.

 

Un día antes, Ladislao le escribió unas líneas que acaso Camila llevó consigo para enfrentar con entereza las balas que derribarán sus cuerpos, pero no su amor: “Camila mía: acabo de enterarme que mueres conmigo. Ya que no hemos podido vivir en la tierra unidos, nos uniremos en el Cielo, ante Dios. Te perdona y te abraza, tu Gutiérrez”.

 

La propia gente de Rosas estaba sensibilizada por el estado de preñez de Camila, ya que aseguran estaba embarazada de 8 meses: «Sin reparar la inocente criatura que estaba en el vientre, sin esperar a que la madre pariese, la mandó fusilar».

 

También dijeron que era tan avanzado su embarazo que algunos verdugos claudicaron en el intento de apretar el gatillo de sus mosquetones y otros se desmayaron antes de que los sórdidos disparos abandonaran los fusiles.

 

Antonino Reyes era el Comandante de la prisión y una especie de verdugo de la era rosista, ya que conformó las mazorqueras. En sus memorias, Reyes dice que la propia Camila había admitido su embarazo y que antes del fusilamiento el sacerdote de la prisión, de apellido Castellanos, le dio a beber a la muchacha agua bendita para bautizar a la criatura que gestaba.

 

El diario de Juan Manuel Beruti mostró el estupor que provocó la ejecución entre los pobladores de Buenos Aires: “Habiendo causado una sorpresa y sentimiento general a todos los habitantes de esta ciudad estas muertes, por un delito, que no creen mereciera perder la vida, sino una reclusión por algún tiempo, para que purgasen el escándalo que habían dado, por solo una pasión de amor, que no ofendían a nadie sino a sí propios siendo lo más sensible que estaba embarazada de ocho meses, se lo dijeron al gobernador; pero este señor, sin reparar la inocente criatura que estaba en el vientre, sin esperar a que la madre pariese, la mandó fusilar; caso nunca sucedió igual en Buenos Aires, de manera, que por matar a dos murieron tres”.

 

En tanto Sarmiento, tenaz opositor de Rosas, creyó que la muerte de Camila y Ladislao había servido para disciplinar díscolos: Escribió: “Ya que iba a tener que pagar un precio por fusilar a los amantes, el de su popularidad si es que alguna le quedaba, Rosas también decidió escarmentar a sus mandados. Los totalitarismos no pueden renunciar a la violencia; si lo hacen, mueren. Y siempre es bueno para el príncipe que le teman un poquito. Conmover con muertes, degüellos, desapariciones de individuos. Todo es vulgar; pero aquel fusilamiento (…) era tan exquisitamente horrible, imprevisto, repentino y aterrante, que valía por una matanza por las calles llevando al mercado las cabezas. Si la ciudad entera hubiese recibido en un solo instante la noticia, se la habría visto estremecer como si una cadena galvánica hubiese comunicado a todos una descarga eléctrica.”

 

Juzgado en ausencia

 

Por estos y otros miles de crímenes, y ya derrocado, Juan Manuel de Rosas fue juzgado y condenado a pena de muerte.

 

El 17 de abril de 1861, un tribunal presidido por el juez Sixto Villegas dictó la condena a muerte de Rosas, quien, desde su caída el 3 de febrero de 1852, estaba en Inglaterra.

 

Lo juzgaron en ausencia, acusado de una serie de “horrendos y comprobados crímenes contra el hombre, contra la patria, contra la naturaleza y contra Dios”. Durante el juicio, se recordó que había asesinado a miles de personas bajo la consigna: “¡Fusílese, o degüellese!”. Y fue en esa lista de crímenes que se recordó muy especialmente el terrible caso de los fusilamientos de Camila y Ladislao. En el expediente se confirma que “Rosas inmoló millares de víctimas, encontrándose en el número de estos sacerdotes, niños y la desventurada Camila O´Gorman con el inocente fruto de su error en sus entrañas, y cuyo asesinato ha asombrado al mundo”. Respecto de lo último, el fallo consignaba: “El sacrificio de Camila O´Gorman, joven víctima de la debilidad del sexo, y el infanticidio de su hijo, que ya había madurado hasta los últimos meses en sus entrañas, es uno de los grandes crímenes que precipitaron la caída de este malvado, despertó a los hombres que permanecían postrados en el suelo de la indiferencia, y arrancó a las madres, a los esposos y a los hermanos, gritos frenéticos de venganza e hizo empuñar a los pueblos la espada que había de hacer pedazos a esa sangrienta tiranía”.

 

Poesía de autor anónimo

 

Un mítico romance de atónita belleza

de lucha y entrega engloria al que va a la conquista

de aquello que sabe inconquistable

sabe que será vencido pero camina con paso implacable

hacia su destino fatal

cuando lo vemos pasar en su aparente inutil conquista

podremos decir: «allá va arropado en sueños varios»

Sólo él sabrá en su ignorancia que ser vencido cobija dignidad

y que las almas manchadas de tristezas llevan el silencio de la pasión

y de un dolor que será siempre desconocido para los demás

desconocer el posible amor es una pérdida fatal.

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