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Pabellón Tornú: la obra teatral basada en historias de Punilla

El público sale del Pabellón Tornú, en la antesala del mismo se quitan las máscaras. La gente vibra por emociones encontradas. El elenco se asoma en el balcón. La última escena, escalofriante, por cierto, genera la ovación y los aplausos.

 

El espectáculo ha concluido. Las almas descansan. En la penumbra que la luna regala a la noche, Mary Harrington, una de las protagonistas reales sonríe, tiene la certeza de que ya no está sola, su historia acaba de conocerse.

 

El hospital climatérico de Santa María de Punilla, ubicado en las sierras de Córdoba, abrió sus puertas en enero del 2024, para que uno de sus pabellones sirva de escenario al teatro de inmersión: “Pabellón Tornú”. Tal como se hizo en la temporada 2017.

 

Los artistas sumergen al espectador a una experiencia teatral que va más allá de la tradicional. Uno deja de ser un público pasivo, para ser un participante activo en la obra, interactuando con el espacio, con ellos y con la historia de una manera única.

 

Los cinco sentidos se despiertan. La escenografía, la iluminación, el sonido, la música, los aromas y hasta el tacto se conjugan para crear una atmósfera multisensorial que transporta a otros planos de este nuestro mundo y cada espectador vive la obra de forma diferente.

 

Los artistas no se limitan a sus guiones, sino que desarrollan un rol de guías y compañeros de viaje para el público. Tienen la capacidad de improvisar cuando es necesario, interactúan con el espectador, buscan nuevas maneras de interpelarlo dando vida a sus personajes desde su impronta creativa y empática. Los integrantes del elenco proyectan sus voces conectándose con el público y se deslizan por los diferentes ambientes del Pabellón Tornú realizando grandes acrobacias, bailes y escenas de alto riesgo. Las historias se entrecruzan. La locura y las miserias humanas se personalizan en una obra brillante.

 

Pero ¿Qué fue el Pabellón Tornú?

 

Los pabellones del Hospital climatérico Santa María

 

A fines del siglo XIX, en 1891, el ingeniero Carlos Cassaffousth junto al catalán Juan Bialet Massé, y con los planos diseñado por el francés, Esteban  Dumesnil  (1891) concretaron la obra  del Dique San Roque, que fuera depuesta por los testimonios falsos que vertiera, luego, un tal supuesto “ingeniero” Stavelius quien acabó con tamaña obra tras sostener que el paredón estaba agrietado y pronto caería dejando a la ciudad de Córdoba bajo las aguas contenidas por el dique, generando caos y terror entre los cordobeses. Las consecuencias de estas mentiras fueron: la condena a años de cárcel de Cassaffousth y de Juan Bialet Massé y la expropiación de todos sus bienes.

 

En ese contexto, a principios del siglo XX, el doctor Fermín Rodríguez adquirió los terrenos para edificar un sanatorio para tuberculosos y toma los planos que el doctor Enrique Tornú, que enfermo de tisis, trajo del viejo mundo.

 

La enfermedad, a principios del siglo XX tenía varios nombres: Mal de Chopin, La dama de las Camelias, la Tisis, Enfermedades del pecho, para no pronunciar “Tuberculosis” que era sinónimo de muerte.

 

El predio del hospital que se edificaría luego, tenía 400 hectáreas ubicado a dos manzanas del río Cosquín, con trece pabellones construidos en distintas etapas.

 

El Pabellón Tornú, de estilo centro-europeo; similar a todos los pabellones del predio, fue una reproducción hecha desde los mismos planos de sanatorios de Europa.

 

Las paredes de ladrillos permanecen erguidas y aunque, en algunas las grietas permiten que se filtre la naturaleza, perduraron más de cien años, resistiendo como testigos mudos, los más calamitosos sucesos.

 

Los techos de madera crujen en el silencio como una queja siniestra y la cubierta de tejas francesas, dejaron escapar algunas hojas, como si el viento las hubiera desarraigado. 

 

El pabellón Tornú había sido en su tiempo clamoroso un edificio de dos plantas casi idénticas con habitaciones de ocho metros por seis, para seis camas en cada una de ellas, con capacidad para 50 enfermos; una sala central en la planta baja era el comedor; en la superior, la sala de estar y en los extremos los baños, a donde se llegaba por las grandes galerías de mosaicos. Los subsuelos, eran depósito para las maletas de los enfermos (pero hoy, solo queda la chatarra de lo usado cien años atrás, restos de camas, sillas, chatas, bacinillas, conejos, etc.).

 

Un penoso parqué sobrevivió a incendios de vándalos. Las puertas de hojas, aunque deterioradas, siguen siendo solemnes con sus extremos superiores siempre abiertos pese al clima, con el único objetivo de oxigenar los dormitorios. Para que el frío no permitiera la reproducción de la bacteria. Y el lugar preferido de los fantasmas: el entrepiso alto y la buhardilla.

 

El pabellón Rawson era similar al Tornú, ambos eran para pacientes pensionistas. El primero para hombres, el segundo para mujeres. En cambio, los pabellones Gache y Penna estaban destinados a indigentes, y eran para hombres y mujeres, respectivamente, con una capacidad para 125 enfermos cada uno.

 

Afuera, por debajo de los árboles, crujieron y aún crujen hojas y memorias. Detrás del Tornú están los restos del lavadero y del solarium. Y posterior a estos, quedan vestigios de la usina, de la casa de máquinas y uno capaz pueda imaginar el apogeo de la vivienda de las Hermanas de la Caridad, la capilla, la cocina, la despensa, la vivienda de médicos, la carpintería, la farmacia y la morgue.

 

Este “pueblo” era el lugar perfecto para aislar a los tuberculosos, el clima seco y frío y una dieta rica en proteínas con abundantes baños de sol prometían la sanación, o al menos, la detención del avance de la enfermedad. En definitiva, el Hospital climatérico Santa María fue un pueblo aislado. El lugar en donde los sanos depositaban a los enfermos, para ocultar la imagen vencedora de “la Muerte”, que dormía a orillas del río Cosquín, utilizando sus aguas como frontera entre la vida y la muerte, como la mismísima esfinge de Tebas, atenta, desafiante, atacando al que se le ocurriera provocarla, sin importarle quién era, qué era, cómo era. Monstruo, la Muerte, que deambuló por allí disfrazada de belleza.

 

Ya no hace falta el pañuelo en la boca, ni beber leche de vaca recién ordeñada, ni comer a diario la ensalada milagrosa del berro del río. Esas imágenes se borraron en el tiempo. Solo quedaron los mitos y la música que años después, en los meses de enero se alzaba en Cosquín, conocida por ser la Capital Nacional del Folclore argentino y latinoamericano, dejando en el olvido que este festival nació justamente para brindarle a los médicos de este hospital y a los del Domingo Funes creado para el mismo fin, como un espacio de recreación ante tanta hostilidad.

 

Tanto los pabellones de mujeres (Penna y Tornú) y de los hombres (Rawson y Gache), conformaban la ciudad aislada y del otro lado del río, estaba la esperanza.

 

Muchas historias se cuentan sobre el hospital y sus pacientes en la época de los tuberculosos: La violación a las reglas de Internados, la fortaleza del amor entre los enfermos, los tableros de ajedrez en el hall que movían sus peones haciendo jaque al rey. Un rompecabezas de ruinas, concierto de toses, en tanto, se tejieron verdaderos relatos de expatriaciones familiares, de amores, de abandono, de sueños truncos, de olvidos, llantos, experimentos y muertes.

 

Desde 1968, las historias cambiaron de textura.  La enajenación era habitante del Hospital Santa María, ahora psiquiátrico y la música de una armónica, dicen antiguos empleados del hospital, el instrumento permitido entre los pacientes psiquiátricos.

 

El nosocomio, diez años después, tuvo otro color. La gente del pueblo habla hoy de un encierro diferente: El golpe de Estado de 1976 había llegado por esos lares, una paranoia desalmada, que lo encontró ideal y aislado para detenidos clandestinos.

 

La obra Pabellón Tornú

 

El doctor Tornú, tisiólogo afectado por la tuberculosis, nunca imaginó que los planos que traía del viejo mundo para edificar en las sierras de Córdoba un sanatorio para tuberculosos, sería, cien años después, el escenario en donde actores y bailarines brillaran desarrollando una obra de teatro de inmersión con una calidad artística inigualable.

 

Está llegando la noche y se acerca una nueva función.  Es febrero del 2024, bajo un éxito contundente, La estrella de la puesta, Rocío Pardo, escucha, mientras Mariana Massera, una de las directoras de la obra, les lee al elenco unas cartas que llegaron a su poder.

 

Se trata de un postal fechada en 1924, firmada por “Mary”, una enferma de tuberculosis que le escribe a su madre.

 

En el aire del pabellón Tornú que espera su próxima función, los artistas están sentados en ronda y escuchan. Respiran extrañeza, y como buenos artistas, la empatía les deja una cuota de desgarro y de tristeza por Mary la interna del ex Pabellón Tornú. Luego, todo está listo. Se apagan las luces, se abren las puertas, se reparten las máscaras y los actores y las actrices tienen una nueva impronta en la obra, desde el momento que escucharon esa historia. Pero ¿Quién fue Mary?

 

Mary Harrington

 

La historia de Mary llegó a mí a través de una búsqueda de información sobre mis ancestros para realizar una biodecodificación —cuenta el artista plástico Horacio French, quien envió las postales a la directora de la obra.

 

Cabe mencionar que esta terapia alternativa considera que el cuerpo tiene la capacidad de curarse a sí mismo con las herramientas adecuadas. Esta terapia se basa en una serie de técnicas que permiten identificar emociones asociadas al problema que desarrolla la persona en cuestión. Entonces, se analiza el árbol genealógico del paciente para identificar posibles patrones hereditarios, de enfermedades o emociones para desbloquearlas y permitir que el cuerpo sane y no se repitan las historias o patrones.

 

“Dimos con un baúl de mi abuelo en donde había cartas —continúa Horacio— luego, un tío memorioso, Domingo Viale, profesor de Derecho en Obligaciones de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Córdoba, que es conocedor de la familia de Mary, acercó el contexto histórico que nos hacía falta. Reconstruir el pasado no fue fácil, porque el silencio tuvo un rol protagónico en la vida de la familia quienes no tenían la costumbre de narrar sucesos vividos. Mary Harrington fue la hija de Julia Sullivan y de don Harrington, ambos de origen irlandés radicados en Argentina y hermana de Nora Sullivan, mi bisabuela paterna”, afirmó Horacio.

 

El artista, conmovido por el secreto de su familia, continuó su relato: “Harrington un día desapareció de la vida de su esposa e hijos. Me voy a comprar cigarrillos, le dijo a su esposa, y nunca más se supo de él. Se lo devoró la tierra, y Julia se desmoronó ante la incertidumbre de la vida futura”.

 

Su cuñado, Domingo Viale, el nuevo marido de su hermana Norma Sullivan, los cobijó brindándole vivienda, y asegurándole un futuro para ella y sus dos hijos, un varón y una niña.

 

Mary Harrington era la niña que luego, de grande, enfermó de tuberculosis y gracias a la protección del tío Viale pudo dejar el barrio Palermo de Buenos Aires para ser internada en el Hospital Santa María de Córdoba.

 

La historia esta tejida con supuestos. Lo verdaderamente cierto es que Mary mantuvo correspondencia con su madre y las evidencias estaban en el baúl que encontró Horacio French.

 

Desde sus lecturas, la hija reclamaba, en definitiva, el abandono de su madre. El tiempo de internación se desconoce, pero seguro es que al menos estuvo dos años.

 

La primera postal de las encontradas que se adjuntan, data de 1924 y la segunda de 1926.

 

En la primera postal fechada el 20 de mayo de 1924, Mary dice:

 

“Dear mother:

 

Hoy he recibido tu carta del 14. Me dices en ella que me has escrito dos cartas más antes de esta última y yo solo he recibido una y con la de hoy son dos nada más.

 

Te mando una tarjeta, pues en la tuya me dices que a ti no te he mandado.

 

Bueno viejita, no te enojes, allí te mando la foto de nuestro gran palacio. Las dependencias son muchas, pero allí no se ven todas, pues están ocultas por los pabellones.

 

¡Sí, esto es un pueblo!

 

Ayer casualmente te escribí una larga carta, espero llegará a tu poder.

 

Sin más por hoy, esperando me escribas una carta con muchas noticias.

 

¿Y tía Nora, cómo sigue? ¿Y los demás bien?

 

Yo, por el momento sin ninguna novedad.

 

Bueno cariños de Mary.”

 

En el reverso de una pequeña fotografía, Mary escribió a su madre:

 

“Este es nuestro hermoso Pabellón Tornú. En la planta baja puse una X para indicarte que allí está mi pieza. ¿La ves? ¿A la cruz?”

 

 

El 17 de noviembre de 1926, Mary le envió una postal a su madre Julia Harrington:

 

“Mi querida y picarona mother:

 

¡Cuánto tiempo sin escribirte y sin saber de nada de ti! Yo dejé de escribirte todo este tiempo para ver si así conseguía tener una carta tuya.

 

¡Pero…vana esperanza! ¿Ya no me quieres más? ¿Ya no te acuerdas más de tu pobre hija que enferma y lejos de todos necesita un poco de consuelo, un poco de cariño?

 

¿Sabes que Yago se casó? El 11 de setiembre. Siempre que lo veo me pregunta por ti y te manda saludos.

 

¿A Tito nunca lo ves? ¿Nunca va por allí?

 

Bueno mother no seas tan mala escríbeme cuatro líneas, te besa tu hija que te quiere».

 

 

Por Carina Manassero

Escritora, Docente. Dante Alighieri. Villa Carlos Paz.

Esta entrada tiene 2 comentarios

  1. Carina

    Muchas gracias Pedro Solans por compartir esta nota!

  2. Carina

    Muchas gracias Pedro Solans por permitirme compartir esta nota!

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