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Desde el fondo del pozo

Por Jorge Felippa.

 

Yo no soy un estropajo/ Ni por desidia me hundo/
No es lo mismo ser profundo/ Que haberse venido abajo/.
Yo le digo al veleidoso/ Que por variar se desvive/
Sapo que cambia de aljibe/ Siempre es sapo de otro pozo/.
Sapo Fierro

María Elena Walsh

 

 

¿Desde qué otro lugar uno puede arrimar algunas ramas secas que aviven los fueguitos dispersos que se encienden ahí afuera? Habrá que trepar cada piedra que se interpone entre nosotros, las que nos arrojan desde arriba los elegidos por las “personas de bien” y los que, como ya lo dijo MEW, son sapos veleidosos que cambiaron de aljibe.

 

No es cierto que, por desidia, caímos de nuevo al fondo en el que tantas veces nos hundieron de cabeza. Si aprendimos a respirar bajo el agua de la ignominia, es porque la desconfianza en tantos “salvadores de la patria” nos enseñó a caminar entre las ruinas que nos dejaron por herencia.

 

También es verdad que, muchos otros especímenes que sobreviven en la selva citadina: -algunos terratenientes de macetas en los balcones o becados por la soja de sus padres-, ya no admiten la interrupción del tránsito de sus fortunas, por ninguna autoridad que no sea la del consorcio que administran: el territorio que algunos de nosotros todavía llamamos patria.

 

“Cárcel o bala” proclaman sin pudor para los “sapos de otro pozo”. Y ahí caemos los que también supimos atragantarnos con escuerzos camaleónicos, saltimbanquis con bancas hereditarias, amigables siempre con los vencedores y consumados ventrílocuos a la hora de explicar lo inexplicable.

 

Ahora, afirman con la fe de los conversos que, dentro de tres o cuatro generaciones, se podrán ver los frutos del regreso al siglo 19. ¿Es posible mantener la cordura en el Neuropsiquiátrico?, se pregunta Hugo Presman en un artículo que acabo de leer. Es que nos hemos encerrados bajo las siete llaves de nuestras propias ineptitudes tras cuarenta años de democracia.

 

Ahora debemos encontrar la salida que no puede ser con las fórmulas o melodías que nos condujeron al desierto. ¿Quiénes poseen las llaves para salir de esta encerrona? ¿Están en las redes, en el Palacio o en las calles?

 

Con la memoria y el pan al alcance de todos, acaso podamos escribir otra historia que nos llene de plazas los corazones.

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