Material: Horacio «Tato» Rébora
La Tertulia de Granada
En 1929, el reconocido antropólogo cubano Fernando Ortíz extendió una invitación a Federico García Lorca, presidiendo la Sociedad Hispanocubana de Cultura, para visitar La Habana. Lorca aceptó, encontrando refugio en la casa de Nicolás Guillén desde el 7 de marzo hasta el 12 de junio de 1930, tras un desamor con el escultor Emilio Aladrén.
Antes de su llegada a Cuba, Lorca había estado en Nueva York, impartiendo conferencias en la Universidad de Columbia entre junio de 1929 y marzo de 1930, período durante el cual desarrolló una crítica al capitalismo y la deshumanización de la sociedad moderna, plasmada en su obra «Poeta en Nueva York».
«Pequeño vals vienés», incluido en esta colección, destaca por su tono surrealista y musical, evidenciando la reivindicación de Lorca sobre su identidad sexual y su deseo de superar amores pasados, simbolizados en el verso sobre los jacintos. Esta obra inspiró a varios artistas, resultando en 1986 en el lanzamiento del disco «Poetas en Nueva York», que contó con la participación de figuras como Paco de Lucía y Leonard Cohen, este último tradujo «Pequeño vals vienés» a «Take this waltz».
La conexión entre Cohen y Lorca se fortaleció cuando el músico visitó el recién inaugurado museo de Lorca en Granada en 1986, sumergiéndose en el legado del poeta. Esta experiencia marcó a Cohen, quien más tarde incluiría «Take this waltz» en su álbum de 1988 «I’m Your Man».
La influencia de Lorca continuó resonando, especialmente en el trabajo de Enrique Morente, quien, inspirado por Cohen, fusionó la poesía de Lorca con el flamenco en el álbum «Omega», con la colaboración de Lagartija Nick y Jesús Arias, marcando un hito en la música y la poesía españolas.
Pequeño vals vienés
En Viena hay diez muchachas,
un hombro donde solloza la muerte
y un bosque de palomas disecadas.
Hay un fragmento de la mañana
en el museo de la escarcha.
Hay un salón con mil ventanas.
¡Ay, ay, ay, ay!
Toma este vals con la boca cerrada.
Este vals, este vals, este vals,
de sí, de muerte y de coñac
que moja su cola en el mar.
Te quiero, te quiero, te quiero,
con la butaca y el libro muerto,
por el melancólico pasillo,
en el oscuro desván del lirio,
en nuestra cama de la luna
y en la danza que sueña la tortuga.
¡Ay, ay, ay, ay!
Toma este vals de quebrada cintura.
En Viena hay cuatro espejos
donde juegan tu boca y los ecos.
Hay una muerte para piano
que pinta de azul a los muchachos.
Hay mendigos por los tejados.
Hay frescas guirnaldas de llanto.
¡Ay, ay, ay, ay!
Toma este vals que se muere en mis brazos.
Porque te quiero, te quiero, amor mío,
en el desván donde juegan los niños,
soñando viejas luces de Hungría
por los rumores de la tarde tibia,
viendo ovejas y lirios de nieve
por el silencio oscuro de tu frente.
¡Ay, ay, ay, ay!
Toma este vals del «Te quiero siempre».
En Viena bailaré contigo
con un disfraz que tenga
cabeza de río.
¡Mira qué orilla tengo de jacintos!
Dejaré mi boca entre tus piernas,
mi alma en fotografías y azucenas,
y en las ondas oscuras de tu andar
quiero, amor mío, amor mío, dejar,
violín y sepulcro, las cintas del vals.
Federico García Lorca