Por Pedro Jorge Solans
De Quitilipi a Villa Carlos Paz
A veces faltan palabras. Si es cierto, sabía por la acordeona que al diccionario del asombro le faltaban palabras. Pero, así y todo, con los tiempos al revés, con pocas palabras, a veces sin ninguna, ella se las arregla para asomarse, y florece la tierra que alguna vez te recibiera para que nunca más la olvidase.
Es ella, la tierra nuestra que está en todos los cielos. Es mi tierra, la tuya, la que nos da eso, qué se yo, ese vino distinto, ese chamamé que nunca suena igual y suena cómo nunca.
A veces, solo son brotes que se agrandan en cada respiro; aunque uno ande distraído por cosas sin importancia.
Una tarde, apareció con el viento norte vestido de Joselo Schuap, de Lucas Segovia, de Néstor Acuña, de Juanchi Cardozo y de Coqui Ortiz. ¡Tremendo! Se habían juntado para que el eco no se volviera destierro.
Dudé en si saludar al viento norte, besar la tierra o abrazar a uno por uno. ¡Qué puta! —me dije— ¡poesía caprichosa, que se deja cantar! y los abracé a todos. La tierra se alzó en sus voces y nos sentimos vivos. Sin embargo, fuimos apenas tallos sostenedores de flores que son bellas y coloridas solo en la tierra caliente, nuestra, que está en los cielos.