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Letralia recomienda «El Pantanillo de Ernesto Sábato», de Pedro Jorge Solans

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El Pantanillo es un paraje que se distingue en las serranías cordobesas, contiene el humedal más preciado de Villa Carlos Paz y da la sensación de haber sido elegido por el silencio como refugio ante la invasión de los ruidos urbanos.

En los años ochenta, recorría una vez por semana el camino rural hacia las ruinas del rancho La Tapera que habitó Ernesto Sábato, mientras leía compulsivamente sus novelas. Fotografiaba todo lo que me parecía que Sábato había usado para sus obras. La obsesión por encontrar indicios de la relación entre el escritor, El Pantanillo y sus libros me obligó a escribir, aunque lo hice por épocas y sumergido en un mar de contradicciones.

Recuerdo un suave malestar, algo impulsivo, una avidez confusa cada vez que llegaba al paraje, y probablemente esa sensación estaba relacionada con la naturaleza de la obra que escogí, El túnel, y la personalidad sabatiana.

El escritor caminó por las orillas del río Los Chorrillos, se arriesgó a pasar por tramos oscuros, inciertos, habitados por fantasmas muchas veces peligrosos. Caminó por los pastizales sin saber a ciencia cierta lo que encontraría, y se preguntó: ¿habrá luz al final, o sólo silencio y oscuridad? Así fue adentrándose a su túnel, moldeando una particular metáfora sobre la existencia humana, y sobre las profundidades de la subjetividad, asumiendo el oficio de indagar la oscuridad a plena luz de las sierras.

Después de un tiempo, retomé aquel texto inacabado sobre El Pantanillo de Ernesto Sábato, sabiendo que estaba basado en indicios, en unas pocas señales, en ciertos hallazgos que generosamente el escritor avalara con su lectura e hiciera de corrector, con anotaciones al margen que él y su esposa Matilde hicieron, dando precisión a ciertos datos y situaciones.

He construido un relato con retazos de realidad, “ficcionando” las expresiones de las piedras que fui encontrando en el camino, para completar los huecos de la memoria. Pensé lo que pudo haber significado para Sábato su permanencia en un lugar recóndito de las sierras de Córdoba, su encuentro con tantos personajes del mundo artístico en otro escenario que no era Buenos Aires ni París, y su abandono de la ciencia para adentrarse en un mundo desconocido a través de un túnel incierto, donde las certezas se habían perdido y sólo era posible asumir el riesgo de construirse una nueva realidad.

El rancho La Tapera, donde vivió con su familia, se transformó en una imagen poética de su propia reconstrucción desde la precariedad de la existencia: “Reconstruyó un mundo en el que ya no le era posible vivir”.

Siendo científico, Ernesto Sábato llegó a El Pantanillo, el humedal donde inició con intensidad un cambio existencial que se tradujo en ensayos y novelas reconocidas en el mundo y elogiadas por Albert Camus, Thomas Mann, Graham Greene y Salvatore Quasimodo.

A pocos kilómetros de Villa Carlos Paz, inmerso en una pobreza extrema, se refugió en un rancho con su mujer, Matilde Kusminsky Richter, y su hijo mayor, Jorge, para vivir un proceso personal que marcó su obra literaria.

En plena sierra cordobesa pasó el año 1943 meditando sobre su adiós a la ciencia, procesando los temas que lo obsesionarían, y escribiendo bajo una higuerilla su primer libro, Uno y el universo, libro que junto a Heterodoxia serían los ensayos iniciáticos de su novelística. En especial de su primera novela, El túnel, publicada en 1948, donde abordó la decepción, la soledad y la tumultuosa vida interior de seres incapaces de resolver sus dramas existenciales.

El alejamiento de Sábato del mundo científico y de su militancia política no fue fácil ni lineal. Debió soportar enojos, críticas y reprobaciones de personas de su círculo de afectos; entre ellos, el premio Nobel Bernardo Houssay, y sus profesores, Enrique Gaviola, director del Observatorio Astronómico de Córdoba, y Guido Beck, discípulo de Albert Einstein.

Además, su nueva situación lo llevó a tener que enfrentarse con sus propios dilemas irresueltos. Y en su afán de hacer frente a esa realidad, de indagar sus obsesiones y luchar contra los fantasmas interiores, de la nada terminó escribiendo la historia de Juan Pablo Castel, un hombre que mata a su amante y lo cuenta en primera persona, revelando la naturaleza de lo que hoy identificaríamos como un femicidio.

Pero en El túnel también se conoce lo que siente un hombre que mata a una mujer, y cómo desarrolla el vínculo obsesivo con su víctima; el criminal explica la transformación de los detalles de esa relación en motivos para cometer el asesinato.

Para la crítica del diario Le Monde, de París (Francia), El túnel refleja “un Edipo delante de la Esfinge, que responde a las enigmáticas preguntas, pero fracasa delante del enigma esencial, el que lo quema hasta la muerte”.

Sábato escribió este poema de locura y de muerte asumiendo un rol de explorador y por eso usó símbolos para alcanzar las regiones más profundas de un mundo en llamas, incandescente, trágico e incomprensible.

¿Qué vincularía la confesión del asesinato que describe Sábato en la novela con su estadía en El Pantanillo?

Si hubiera alguna vinculación, sería a través de los fantasmas que invadieron al escritor en el paraje serrano cuando dejó un mundo previsible, tangible y racional para ingresar al túnel de la introspección. Una aventura que le requirió más compromiso y valentía de lo que esperaba. Pero, más allá de las especulaciones literarias e interpretaciones sobre sus obras buscando conexiones con El Pantanillo, la estancia del escritor en Villa Carlos Paz dejó un legado de gran valor patrimonial para la cultura, como lo demuestran los testimonios de los lugareños, las fotografías rescatadas de esa época y las cartas donde el escritor refleja la importancia que tuvo para él y su familia el paso por las serranías.

Las vivencias de los Sábato, del cineasta Federico Valle y de sus amigos en el lugar, son un recuerdo que atesoran con devoción quienes compartieron esos años; los Polanco, los López Toranzo, Los Ortiz, los Binimelis, los García, entre otros.

A finales de 1942, el pionero del cine argentino, Federico Valle, vivía en el rancho La Tapera. Había encontrado en El Pantanillo su edén tras caer en ruinas después de una extensa y prestigiosa carrera en la cinematografía, comenzada en su Italia natal y en Francia con Georges Méliès, los hermanos Lumière y en la Urban Trading Company. Valle hizo la primera toma aérea de Europa desde un avión que piloteó Wilbur Wright en Centocelle, en las afueras de Roma.

Llegó a la Argentina en 1910; en 1915 instaló un laboratorio para colocar títulos a películas extranjeras y produjo películas de propaganda comercial. Debido al éxito de estos films, creó Cinematografía Valle para realizar en 1916 un noticiero —La intervención en la provincia de Buenos Aires— que incluía cortos de animación hechos por el prestigioso dibujante Quirino Cristiani.

En 1918 empezó su película de dibujos animados construyendo un novedoso aparato de filmación vertical al cual adaptó un motor para detener la cámara tras la impresión de cada fotograma. En El apóstol, tal es el nombre de la película, trabajaron el caricaturista Diógenes Taborda, Quirino Cristiani y el artesano francés Andrés Ducaud.

El equipo estuvo un año para completar los 58.000 dibujos y las maquetas del film que finalmente se estrenó en noviembre en el cine Select Lavalle de Buenos Aires.

El apóstol fue reconocido en 1970, durante un congreso de cine de animación en Berlín, Alemania, como el primer largometraje en dibujo realizado en el mundo, precediendo al film norteamericano El hundimiento del Lusitania, de Winsor McCay.

Entre otras películas, Valle produjo Flor de durazno, filmada en el paraje Dolores, en San Esteban, en el norte del Valle de Punilla, con la participación de Carlos Gardel, y dirigida por Francisco Novoa sobre el libro de Hugo Wast.

En 1930 instaló sus Estudios Valle sobre la calle México, donde se grabaron quince cortometrajes con Gardel cantando junto a sus guitarristas, Barbieri, Aguilar y Riverol, y con la participación de Celedonio Flores, Arturo de Nava, Francisco Canaro y Enrique Santos Discépolo. A su vez, produjo el film Revista Valle, el primer noticiero argentino semanal.

En pleno apogeo de su carrera invirtió su capital económico en un ambicioso proyecto de enseñanza mediante películas en las escuelas públicas.

El proyecto cinematográfico de Valle fue cancelado por la dictadura del general José Félix Uriburu, golpe que, sumado a los daños que sufrió como producto de un incendio donde se destruyeron todas sus instalaciones y archivos en calle Suipacha al 700 de Buenos Aires, lo llevó a la quiebra.

En esas circunstancias, intentó vender las ediciones del noticiero, un documento valiosísimo, pero a nadie le interesó. Finalmente fue adquirido por una empresa para aprovechar el celuloide y fabricar peines.

El cineasta en ruinas alternaba su vida entre Santos Lugares y El Pantanillo. En enero de 1943 encomendó a don Andrés García que viajara a la ciudad de Córdoba para buscar a la familia Sábato que llegaba en tren.

García los transportó en su Dodge Modelo 40 hasta el paraje donde se hospedaron, en el rancho La Tapera que Valle había alquilado por diecisiete pesos anuales. Él se fue a vivir en una carpa, donde empezó su traducción del Ulises de James Joyce.

En una carta fechada el 20 de julio de 1988, Sábato recordó: “Valle era un viejo encantador. Éramos todos unos muertos de hambre con excepción de Cayetano Córdova Iturburu y su familia, que alquilaban la casa de Lorenzo Binimelis, la Villa Santa Catalina, una casa que reunía todas las comodidades y donde también se fueron a vivir Celia de la Serna, la madre de Ernesto el Che Guevara y sus hijos, menos él, que andaba en diferentes partes, con su moto. Yo no lo conocí por ese motivo”.

Antes que el escritor y su familia llegaran a El Pantanillo, el editor Jacobo Muchnik había construido un rancho con material de la zona, conocido como El Tope. Por allí pasaron el periodista y escritor chileno Evan Horovich, quien trabajaba en revistas partidarias de organizaciones de izquierda y medios de prensa alternativos; el psiquiatra Elías Piterbarg, muy relacionado con el surrealismo en la Argentina, y las actrices Inda Ledesma y Ámbar La Fox. Luego Muchnik vendió su rancho al propietario de un medio de prensa de apellido Washington, quien en poco tiempo hizo lo mismo y el rancho pasó a las manos del violinista Anatole Kanovich, hasta que el artista volvió a Buenos Aires para incorporarse al elenco de músicos del teatro Colón.

De modo que en los años cuarenta, el paraje era promocionado por personas vinculadas al arte y al periodismo, entre los que se puede contar también al novelista Enrique Wernicke, quien se hospedaba largas temporadas en Tanti, una localidad próxima a El Pantanillo.

Esta entrada tiene 2 comentarios

  1. Pulpo

    Hermosa historia sobre el autor de El Túnel, Valle, Gardel y esos guitarristas tan queridos. Se me ocurre que quizás haya elegido una localidad completamente ajena para que sus letanías citadinas invoquen a sus musas aporteñadas incomodándolas en el paisaje cimarrón de El Pantanillo.

  2. Pulpo

    Pasa siempre con los artistas que en general para acometer su obra parecieran querer alejarse de sus querencias y de esa carga de cotidianeidad inevitable que poseen.

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