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Letralia recomienda El gaznapirón, la novela que desnuda América y pone al Perú en tus manos

Pedro Solans para Letralia

Cuando el escritor Alejandro Sánchez-Aizcorbe emprendió la gran tarea de novelar la vida latinoamericana de los últimos años del siglo XX, tuvo el reparo de ensayar con un texto superlativo que tituló El gaznápiro. Pero, aparentemente, su sangre hirvió y sus manos quemaron el teclado.

Pasó el tiempo y sólo la memoria puede darse el lujo de tejer los hilos invisibles. No temo equivocarme, pero creo haberlo conocido en 1985, en Madrid, donde ya estaba escribiendo su gran novela. En esa época, su personaje Julián Pérez de Almavera era el cómplice, el pata o el compinche, según el país que leyera, del poeta Cesáreo Chacho Martínez, un cholo que se las traía en sus versos calientes de cholo nomás.

Y para fines de ese año, otro fantasma de El gaznapirón le dictaba sabiduría al oído, casi en murmullo, y qué casualidad, era también poeta. Vivía en Pachacamac y estaba casado con una danesa.

Pablo Guevara fue su nombre en la tierra pero seguramente es el maestro del Titanic hundido en donde esté, porque poetas como Guevara no mueren, sólo se mudan temporariamente.

Así creo que Sánchez-Aizcorbe fue escribiendo su novela. Revolvía el mejunje social peruano mientras estudiaba en la Pontificia Universidad Católica del Perú y se doctoraba en la Universidad de Kentucky. Sin embargo, El gaznapirón cada vez tenía más vida, y no sólo comía ceviche, sancocho y caldo de gallina, comía también locro y asado en Argentina y arepas en Venezuela.

Hubo unos años de enamoramiento. Transcurría sus días entre el ejercicio cruel de periodista, y la política seductora de las utopías. ¡Mire que hay elementos y riquezas en América Latina para ser utópico!

Con Alfredo Bryce Echenique, ​escritor también peruano, célebre por novelas como Un mundo para JuliusLa vida exagerada de Martín Romaña o No me esperen en abril, se animó a contar tímidamente y, con mucho coraje, publicó Maní con sangre (Lima: Arte Reda, 1981) y Jarabe de lengua (Lima: Editorial El Quijote, 1987).

Cuando llegó a la Argentina, El gaznapirón buscó las vacas y la pampa pero ya no estaban. Encontró una Argentina que nada tenía que ver con los cuentos de su niñez. A la Argentina le habían cortado una oreja y rengueaba por culpa de una guerra malnacida. No alcanzó a tomar mate porque le generaba acidez como a la mayoría de los argentos cuando en realidad el mate era curativo para los pueblos originarios.

Y después sí, llegó la novela El gaznápiro (Lima: Editora Perú, 1995), que le valió el reconocimiento internacional, y la novela corta con dos títulos diferentes: Comedia pía (Lima-Nueva York: The Latino Press, 2000) y Cumare (Lima-Nueva York: Ediciones Hora Zero/The Latino Press, 2011).

Ahora es el momento, ahora que vive en Baltimore, Maryland, y sabe y asume como tal.

En El gaznapirón luchas desde la tierna, erótica infancia con el amor indoblegable, con la muerte severa, con la miseria constante de tus países, con la culpa y la finitud.

Eres pubescente, maligno, angelical. Tu primer amor, tu primer polvo en carne de otra, de otro, te anuncian una larga vida de holganza.

Ideales, prostitución, drogas y notas armonizan, disuenan con Jesús, Hegel, Marx, Trotsky, Nietzsche, camillero de la filosofía occidental.

Llegas a conocer las entretelas de la conducta política de Vanessa Redgrave, de su hermano Corin y de Gerry Healy, el degenerado líder trotskista, y las escabrosas intimidades de sus representantes en el Perú.

Pasas por las horcas caudinas de la Liga Comunista, la Cuarta Internacional, el sectarismo.

Viajas por el Perú milenario: playas aún vírgenes, Andes impolutos, aire puro, agua de manantial.

Sobrevives a un nacimiento y un huracán en Panamá.

Un terremoto, un alud y la Guerra Sucia en el Perú arguediano engendran 120.000 cadáveres que te duelen en el alma.

Tomas el ómnibus, el avión o el barco a Tel Aviv, Buenos Aires, Córdoba, Guayaquil, como si te fueras al boliche de la esquina.

Malambo, la Concha de la Lora, tango, milonga, chacareras, huaynos, son tus canciones de cuna.

El luto amoroso y la depresión te tumban. Sales del hoyo a través del inmenso poder de la mujer multiorgásmica, infidelidades, orgías. Superas la destrucción del ego que te ha infligido la secta trotskista.

Los extremos se muerden la cola en la política y en el amor.

La fiesta se da en los cinco sentidos, y no se hacen de rogar la olfactofilia, la eproctofilia.

La libertad de decir y hacer es casi absoluta: utopía realizada en plena distopía.

Nadie se salva. Ni el papa Bergoglio ni el Muro de las Lamentaciones.

Marxismo, teología de la liberación, populismo, extrema derecha y nazismo, perfectamente asociados, contribuyen a no dar respuesta al gran enigma de la novela: “¿Qué significa, compañeros, que estemos como estamos?”

Sométete a catarsis, libérate, identifícate con los personajes y las peripecias que construyen un embrollo humano nunca antes visto o escrito.

Los Beatles derraman su música salvífica.

Te sumes en un mar de llanto, en una carcajada secular.

Celos, semen y jugos vaginales empapan tus sábanas.

La mujer deviene matriarca.

Julián Pérez de Almavera es un don Juan, un ladrón, un ladrón de dinero, joyas y corazones.

Sendero Luminoso y las fuerzas armadas te entregan su cuota de sangre, su cuota de genocidio del pueblo quechua.

Desde las abras, desde las cumbres, desde el fondo del mar y sus hundimientos, desde la eufonía, los aludes, las ciudades y las almas aplastadas, desde la felicidad efímera, la erotomanía, cannabis, LSD, nudismo, deporte y revelaciones, desde las mazmorras de Seguridad del Estado, tú y acaso los tuyos desprecien ladinamente la maestra vida.

Relato callejero, relato de exquisito gabinete, manuscrito de scriptorium.

Libido sciendi, prisión y tortura constituyen rasgos comunes, más o menos acentuados, más o menos salvajes, de la jornada cotidiana.

La Guerra Fría se prolonga, te polariza, te victimiza mediante sus esbirros locales.

Julián fabula, nada, rema, bucea, conduce a alta velocidad. Se arroja en una cárcel de libertad, en una cárcel de amor. Deja que el eudemonismo, el hedonismo y la eurística se lo lleven de paseo.

Es un filósofo, un amante y un truhán. Eres tú.

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