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EL AUTOR VUELVE A SU PERÚ CON UNA OBRA IMPRESCINDIBLE PARA ESTOS TIEMPOS.

Sánchez-Aizcorbe presentará El gaznapirón en la mítica Universidad de San Marcos

Previamente lo harán en la prestigiosa librería peruana Lancom. Será el miércoles 5 de julio a las 19 horas.

 

Desde la redacción de El Diario de Carlos Paz

 

El escritor y periodista peruano-americano Alejandro Sánchez-Aizcorbe vuelve a Lima, su ciudad, para presentar la novela El gaznapirón, recientemente publicada por la editora Corprens de Villa Carlos Paz, Córdoba, Argentina.

En las actividades programadas para su visita al Perú, el autor de la novela estará acompañado por el editor y escritor argentino Pedro Jorge Solans, con quien compartirá una charla magistral junto a los catedráticos de la Facultad de Letras y Ciencias Humanas de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, los profesores Jorge Valenzuela y Raymundo Casas.

La presentación de la obra de Sánchez-Aizcorbe en la Universidad del Perú, decana de América, está prevista para el próximo viernes 7 de julio, a las 11 horas en el Auditorio Alfredo Torero en Av. Amezaga – Cercado de Lima, Ciudad Universitaria de la UNMSM.

 

En la librería Lancom

Previamente se presentará en la librería Lancom, Bookstore en el barrio Miraflores, en Av. Petit Thouars 5550.  

 

Cabe recordar que la novela que sacude el pasado de América y profundiza la distopía en nuestro continente se lanzó desde la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, en su última edición en el mes pasado de mayo con excelentes críticas.

En ese acto que se llevó a cabo en la sala Ernesto Sábato de la Feria de Buenos Aires, Sánchez-Aizcorbe hizo hincapié que la escritura de El gaznapirón. Lo empezó a escribir en la década de la Guerra Sucia en el Perú. «Se enfrentaban, por un lado, el terrorismo polpotiano de Sendero Luminoso, que asesinaba y dinamitaba a todo aquel o a toda aquella que se opusiera a la Guerra Popular, y por otro lado las Fuerzas Armadas, dirigidas por personajes siniestros como el Gaucho Cisneros, general formado parcialmente en la Argentina, que declaró, muy suelto de huesos, con mal acento porteño, que había que matar a ciegas a cien sospechosos porque de cien, dos o tres eran terroristas.»

«La Guerra Sucia nos costó la muerte o desaparición de 69 mil peruanos y peruanas por obra de las organizaciones subversivas y por obra de agentes del Estado, según el informe final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación. El precedente de dicho informe fue el histórico Nunca más de Ernesto Sábato, cuya escuela ética me honro en seguir.

En medio de esa violencia decidí, de una vez por todas, sentarme a ejercer el oficio del pecar, que es el oficio de escribir. Unos cuantos años después, ya en plena dictadura de Alberto Fujimori, súbdito japonés y ciudadano peruano, hoy en día preso por delitos de lesa humanidad y corrupción, preso en la misma cárcel en que residen otros dos ex presidentes peruanos, Pedro Castillo y Alejandro Toledo —el primero por imitar a Fujimori tratando de dar un golpe de Estado, y el segundo, doctorado en Harvard, acusado de recibir algo así como 25 millones de dólares de soborno—; unos años después, digo, cansado del Perú y de sus presidentes, me fui con Marcela Valencia Tsuchiya, a Isla Margarita, Nueva Esparta, Venezuela.

 

El gaznápiro como una previa

Sánchez-Aizcorbe contó en Buenos Aires que a Isla Margarita se llevó el primer borrador de la novela que, por entonces, se llamaba El gaznápiro. Mientras trataba de sacar adelante, en vano, un restaurante en la playa El Yaque, cuya col fermentada casi le costó la vida a un dentista alemán, mientras buceaba en el Caribe entre corales, tiburones martillo y barracudas, mientras hacía todo eso y aun más, charlaba sobre la publicación de su novela con Kira Kariakin, que por entonces se proponía como su agenta literaria. «Inspirados por el sol del Caribe, Marcela y yo concebimos a nuestra hija en el lecho del departamento del edificio Catire —que en venezolano significa rubio—, prestado por Felipe Ancieta Tsuchiya, que acababa de vender por cinco millones de dólares su mina de oro en la Gran Sabana. Marcela regresó al Perú para pasar el resto de una preñez delicada al cuidado de sus padres, ambos cirujanos, que hasta el final de sus vidas depositaron su confianza en mí como escritor.»

Al volver a Lima, tuve la suerte de que Daniel Ramsay, por entonces presidente del directorio de Editora Perú, me empleara como director de Andina, la agencia de noticias del Estado peruano. Pasado un tiempo, Ramsay se enteró, no sé cómo, de que yo tenía el manuscrito de una novela, y, confiando en el relativo éxito de mis libros anteriores, me ofreció publicarla a través de Editora Perú.

La edición de El gaznápiro se agotó en poco tiempo. Alfonso la Torre (ALAT), crítico insobornable y temido, publicó un ensayo en que comparaba las visiones del Perú de José María Arguedas, Mario Vargas Llosa y aquella contenida en El Gaznapirón. En su ensayo, Alfonso la Torre afirmó que la visión de El gaznápiro era la más terrible. Creo yo que a Alfonso no le faltaba razón, ni verdad a mi novela.

Para ello me valgo de una pareja de jovencitos, Julián Pérez de Almavera y Liliana Schenone, que empiezan a amarse apenas salidos de la infancia. Frente a la miseria consuetudinaria del Perú, ambos optan por la militancia en una secta trotskista que promete salvar a la humanidad mediante la revolución mundial dirigida por la vanguardia inglesa.

Julián y sus camaradas sufren los estragos de la clandestinidad, la prisión y la tortura. El Gaznapirón se trata de la época actual que, por entonces, se iniciaba: miseria, política, guerra, sexo, drogas y rocanrol. El Perú en vías de desarrollo y en vías de convertirse en el primer o segundo exportador mundial de cocaína. De la relación con Liliana Schenone sólo resta el luto amoroso y la alternativa del suicidio, hasta que la capilla londinense se diluye en sus propias aberraciones, la verdad tarda pero salta a la palestra, y Julián descubre el espíritu y el cuerpo de Estercita, mujer de mujeres que lo devuelve a la vida.»

 

El anhelo del autor

«Espero yo que, siendo sin duda una novela, El gaznapirón trascienda el género para convertirse en historia nuestra: furibunda síntesis de eros y tánatos, de placer y sufrimiento extremados, vicio y deporte, gloria y derrota. Un banquete de mendigos con buenos modales y crueldad sin par que acaso termine a cuchilladas.

O que termine bien, siempre y cuando se cumpla el deseo de Víctor Hugo al final de Los miserables: “En cuanto a mí, ya no tengo más opinión política; que todos los hombres sean ricos, es decir felices, he ahí a lo que me restrinjo.

El Gaznapirón no postula la redención sino el consuelo que, según Freud, es lo que en el fondo todos buscamos.»

 

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