Por José Mª Cotarelo Asturias
(Poeta y ensayista)
Tú no tendrás quien baje a los infiernos
a rescatar del fuego tu memoria…
R.J.L (Elegía)
Se cumple en este mes de diciembre el 110 aniversario del nacimiento de un panameño universal, cuyo magisterio se alarga en los días por la estela del saber, del afecto y del derecho: Roque Javier Laurenza, a quien, allá por los años ochenta del pasado siglo, el azar del destino cruzó en mi vida. Su enorme afición por los libros le llevaba muy a menudo a la librería Miessner. Agradezco a mi hermana Sara, que entonces trabajaba en esa transitada librería, su presentación. Yo entonces era, casi como ahora, un incipiente aprendiz de poeta que prestaba su servicio militar en la capital. Fue, tengo que decirlo, un encuentro proverbial que marcaría de algún modo mi devenir literario.
A falta del merecido homenaje con que las conmemoraciones o los aniversarios propician la memoria y el renovado reconocimiento del homenajeado, vayan estas pocas, aunque sentidas palabras, a modo de astillas y de vieja gratitud por todo lo debido y por el cariño con que su evocación viene a envolver mis días. Espero que más pronto que tarde y cuando las actuales circunstancias lo permitan, se le pueda dedicar el agasajo que ampliamente se merece este gran hombre que no solo es un referente en las letras panameñas, sino en el orbe hispanoamericano.
Compartí con Roque muchas horas de charla durante los años 1982 y 1983 en Madrid. Cada fin de semana acudía puntual a la cita; visitas al Museo del Prado, librerías, largas charlas sobre pintura, música clásica o literatura (de las que era una gran conocedor). De los dilatados conocimientos artísticos hablaremos cuando la extensión del papel o el tiempo lo permitan.
Mi deuda literaria con él, como ya apuntaba al principio, es casi infinita, pues a él debo las primeras orientaciones a lecturas de escritores no solo hispanos, sino a poetas de la talla de Hölderlin, Keats, Byron, Rilke que me ayudaron e inspiraron. Y, como no… El Quijote, de quien él era un gran amante y admirador. Aún conservo muchos de esos libros regalados por él, con dedicatorias y algún pequeño texto inédito intercalado entre sus páginas. A modo de ejemplo en la edición de J.Willis Robb, de prosa y poesía de Alfonso Reyes, editado por Cátedra, me advierte:” A juicio de muchos entendidos, Reyes junto con Ortega y Gasset y Jorge Luis Borges constituye el trío de los mejores prosistas españoles del siglo. Es una delicia leerle. Durante dos años, cuando vivía yo en México, fui miembro importante de su tertulia, que se celebraba en su casa, en su biblioteca de 30.000 volúmenes. Otros del grupo de discípulos eran Octavio Paz y Carlos Fuentes…” Supo también hacerme amar del mismo modo la pintura, la música (recuerdo su numerosa colección de discos de vinilo de música clásica) y la poesía. Por eso no ha de extrañar que mi libro “Poemas de Leonard von Scotrodfinguer” (muy a su estilo) esté dedicado a él y cuya segunda edición está prevista se haga para esta más que merecida ofrenda a la que desearía sumarme desde el respeto, el cariño y la admiración que siento por su obra y su persona. Esta segunda edición, que probablemente cuente con el prólogo de quien fue su gran amigo, Arístides Royo, estará a cargo de la editorial argentina Corprens, que con anterioridad ya ha tenido a bien publicar otros libros míos.
A Laurenza quizá no se le haya perdonado del todo sus “Poetas de la generación republicana”, creo, que en el fondo constituyó un gran estímulo para las posteriores generaciones de poetas y contribuyó a nuevas visiones y aperturas a otras “sentimentalidades”. Royo, en un artículo que escribió para el centenario de su nacimiento, de más que recomendable lectura, y que amablemente me remite Irina de Ardila, dice que la conferencia “fue una entrada escandalosa en la gens cultural panameña que escuchó atónita en ese gran templo del saber, cómo ese enfant terrible, cual Lutero, en las puertas de la catedral de Wuttemberg rasgaba las vestiduras de la poesía romántica y modernista y procuraba vestirla con el ropaje del vanguardismo…”
Panamá debería tratar de poner en el pedestal que le corresponde a este insigne poeta y amante del arte, cuya exigencia para con él mismo y cierto exquisito pudor le impidió publicar tanto como hubiera sido menester. Sería bueno hacerlo antes de que la memoria, la ingratitud o el olvido nos habiten de un modo definitivo, y también para que las generaciones presentes y aún las venideras sepan de las grandezas y el valor de este gran personaje. Vayan pues, a modo de astillas, estas pocas palabras para ese fuego. “Y llegará la angustia del por qué de las cosas,/ las enormes preguntas y las flacas respuestas,/y el saber que por siempre llevaremos a cuestas/tantas indescifrables verdades misteriosas”.