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Paul Celan (Foto gentileza radio sefarad.com)

Los cien años de Paul Celan

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Por Susana Szwarc
(Escritora, poeta y dramaturga)

El 23 de noviembre de 2020 el inmenso poeta Paul Celan hubiera cumplido 100 años. Pero no quiso cumplirlos. Nos lo hizo saber la noche del 20 de abril con su acto final: se suicidó tirándose al Sena.

¿Qué sufrimiento mayor que el de años anteriores lo urgió en ese momento? ¿Pensó en “la solución final”? ¿Pensó en Heidegger con Tiempo e historia? ¿Se le cruzó alguna frase para un poema?

La culpa por estar vivo más instantes que otros, es una posibilidad.

También, al caminar esa mañana del 20 de abril, tal vez reírse porque el lugar donde nació se llamaba Czernowitz y, como Auschwitz, esta palabra terminaba en witz que, en alemán, el idioma que prefirió usar, el idioma de su poesía, significa broma. Paul Celan era judío, no podría no haberse reído, a pesar de la amargura, de esa coincidencia.

Paul Celan escuchaba el bisbiseo del idioma. De ese idioma que permite acrecentar las palabras, alargarlas, juntarlas. Se divertía – diversificaba -en su escribir y podía “jugar” con las varias significaciones de una palabra o un sonido. Así, en el libro Compulsión de luz dice:

Draga a la que subimos /desde hace tiempo. // Un botón/ que ha/ saltado /discurre en cada ranúnculo, // la hora, el sapo, saca su mundo de quicio // Si yo devorara la zanja, estaría presente.

Y anima aquí a la palabra:“ranúnculo”, planta de flores amarillas pero que también se llama apio de sapo, botón de oro, margarita y crece en terrenos húmedos. Entonces el poema se construye con esa irradiación de una palabra, la festeja. (¿Este ejemplo -un botón- sirve de muestra?)

Había en este poeta otro modo, más “solemne”, más “serio” de escritura, con el que se sentiría incómodo por los comentarios recibidos: ser valorado por la belleza, como en el caso del poema Fuga de muerte, y que sigue siendo el poema más conocido de Paul Celan, además de ser-efectivamente- hermosísimo, fuerte . A partir de allí tomó la decisión de ser más hermético, de “aclarar” menos. Y que el poema no narrara ni estetizara los hechos trágicos como tantas veces ha sucedido y sucede. Ya desde la Ilíada, Occidente embelleció los hechos terribles y con ello los apaciguó haciéndolos míticos, soportables.

En 1967 Paul Celan fue a visitar a Martín Heidegger; pasearon silenciosos. El poeta no se atrevió a preguntar en voz alta al filósofo cómo podía leer su poesía, admirarla, y a la vez admirar a ese ridículo pero evidentemente carismático Hitler. El filósofo también se mantuvo en silencio. Sabía cada uno de qué no hablaba.

Al regresar, Celan escribiría el poema Todtnauberg, nombre del poblado donde tenía su cabaña Heidegger y allí en ese Todt aparece el significado “muerto” tanto en alemán y en el idish de su infancia. Otra vez en el poema que escribe desde el dolor, las palabras hacen de las suyas: el filósofo pasea en su cabaña de “muerto”.

Así como Kafka pidió que se destruyeran sus escritos, Paul Celan también pidió que no se dieran a conocer los poemas que no había puesto -en vida-en sus libros. Aunque los había dejado ordenados, preparados para sí, ser leídos.

En uno de sus poemas póstumos dice:

(…)
Madre nadie
contradice a los asesinos.

Madre, ellos escriben poemas.
¡Oh,
madre, cuánto campo extranjero lleva tu fruto!
¡Lo lleva y alimenta
a los que allí matan!

Su exclamación, a la vez pregunta y extrañeza ante esta contradicción, ante esta contrariedad, pareciera haber insistido en él que, sin embargo, no cesaba de escribir. Y nos sigue, ahora, escribiendo, diciendo.

De día

Cielo de piel de liebre. Todavía
escribe un ala nítida.

También yo, recuerda tú,
la de color
de polvo, vine
como una grulla.

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