Por Alejandro Sánchez-Aizcorbe
(Escritor y periodista)
Ha muerto Darko Dovidjenko. Un pintor de profundidad psicoanalítica y maestría inigualables. Creador de mundos fantásticos, utópicos, perfectos. Ha muerto un hombre tierno, un padre ejemplar que crió a sus hijos jugando con ellos mientras producía sus maravillas.
Pero como dicen los quechuas, los muertos no están muertos. Darko o Dare Dovidjenko ya está revoloteando por mi casa junto con otros lares nuestros: Tulio Mora, Tilsa Tsuchiya, Aura Benavides, Pablo Guevara, Arturo Corcuera, Cesáreo Martínez, Julio Ramón Ribeyro.
Cuánto hemos aprendido de ellos. Cómo nos abrieron la puerta al espacio de la imaginación pura y contestataria.
La pintura de Dovidjenko constituye una singularidad de alcance universal. Su visión arquitectónica, la sinestesia de su surrealismo, el carácter narrativo, mitológico de cada uno de sus cuadros, obliga a observarlos y sumergirse en el cuento pictórico que nos proponen para hacernos felices sin soslayar la tragedia que acecha.
Jamás olvidaré su simbología, el rasgo dramático de sus personajes emergidos del ambiente, la firmeza y plasticidad del trazo, el diseño que llevaba en la mente y trasladaba al lienzo. La potencia alucinatoria de su obra es única. Manejaba las sombras hasta perdernos y la luz hasta cegarnos.
Lo he visto trabajar. Su maestría le permitía pintar sin dibujar antes. Partía del corazón del cuadro y de allí iba extendiendo la imagen kinética, como el efecto de círculos concéntricos a partir de la caída de una piedra, o la explosión del Big Bang. Una pequeña pincelada iba creciendo hasta convertirse en un palacio donde podíamos alojarnos. Pintaba de adentro para fuera.
El arte de Darko Dovidjenko es tan poderoso que me ha llevado a ponerlo a él y a su pintura en uno de mis cuentos, «Bananamama», y, por supuesto, en El gaznapirón, mi última novela.
Podría escribir cien páginas sobre la relación con Darko y su gente. Por cuestiones de tiempo me reservo el relato para mi próxima obra. Por ahora concluyo reiterando algo muy simple:
Darko Dovidjenko es un fenómeno mayor en la pintura contemporánea. Se atrevió a poner un burro flotando sobre el Adriático, y un cóndor que planea sobre Pachacámac, mudo, ahíto de fábulas.
Antes de morir, Darko, le dijiste a tu hija Aura Luisa que me mandara un abrazo. No voy a permitir que tus brazos se alejen de nuestra vida. Vale!