Por Elena Gasso Villar y Gabriela Mondino.
Facultad de Lenguas
Universidad Nacional de Córdoba- 2020
Hace algo más de treinta años que las ciencias humanas han comenzado a pensar una problemática que antes se abordaba desde otras disciplinas, esto es, la problemática ambiental.
El desarrollo que trajo consigo la modernidad, el poder económico y la acumulación de bienes, entre otros aspectos, han derivado en una naturaleza doblegada por los intereses de los humanos y han producido una gran crisis ambiental. Pensadores latinoamericanos como Ernesto Sábato, Octavio Paz y Eduardo Galeano han denominado a estos procesos sociales que han sido los causantes de la crisis ambiental y de los desequilibrios por los que atraviesa nuestro planeta como una “crisis civilizatoria”.
Como se mencionó más arriba, esta problemática ambiental actualmente es estudiada desde el campo de las ciencias humanas y, en ese marco, la literatura no está ajena a esta temática. Desde el surgimiento de la Ecocrítica o el Ecocriticismo, términos que aluden al estudio de las relaciones entre la literatura y el medio ambiente, es posible abordar las producciones literarias desde ejes tales como hombre/lenguaje/medioambiente; entorno ambiental/visión de la naturaleza/obra literaria, entre otros. La Ecocrítica intenta establecer una conexión entre la cultura y la naturaleza y, a la vez, representa la unión del hombre con su entorno natural.
Los textos literarios manifiestan claramente una exploración de la visión de la naturaleza y una denuncia del deterioro del medio ambiente permanentemente amenazado por los intereses humanos. Los poetas cuyas producciones literarias constituyen nuestro corpus de análisis
(Romilio Ribero y Aldo Parfeniuk) han asumido una postura de denuncia y de resistencia a las políticas que atentan contra el medioambiente.
La producción poética seleccionada del poeta cordobés Romilio Ribero se ubica en el período temporal que abarca las décadas de 1960 y 1970 y, como él mismo lo sostuvo en el año 1974, su literatura y su pintura tienen “dos puntos en común: la búsqueda del misterio a través de todas mis vivencias, y la plasmación de los amados paisajes y sus personajes…” (Córdoba, 1974).
La obra poética de Romilio Ribero gira en torno, fundamentalmente, de la representación de paisajes evocados, recuerdos del pasado, lugares en los que transcurrió su infancia. En sus versos, con una fuerte influencia de la estética surrealista, el “yo poético” reconstruye en el poema “Los infiernos” una noche pueblerina en la que una tormenta nocturna transforma una llanura tranquila en la evocación del infierno inminente:
VI COMO NACÍA LA NOCHE EN LA LLANURA ENTRE PACIENTES
lluvias, desoladoramente vestidas de signos de la desesperanza.
(…)
Quien mira las estampas del infierno que guardaba la abuela, piensa:
Aquí están y tenían un cuerpo de dos mil años y unas manos de otra raza.
(…)
Y otros: aquí descenderemos para quemarnos y clamar eternamente.
Y así lo evoco a ese infierno, cantando por tres noches una inmortal bienaventuranza.
La mayúscula sostenida en el primer verso, la ausencia de métrica y de rima, la multiplicidad de imágenes y de significados, propios de la poesía surrealista parecen formar parte de su estilo poético para representar el caos por el que atraviesa la tierra y la naturaleza.
La tormenta, el infierno, el fuego y las llamas son tópicos recurrentes en la producción poética de Ribero, tópicos que operan como metáforas de la destrucción del entorno natural del ser humano. Así, en “Imago Mundi” a través del uso de la pregunta retórica el “yo poético” denota un futuro confuso respecto del rumbo del mundo y su percepción de la naturaleza y la vida oscila entre la salvación y lo apocalíptico:
¿En cuál tormenta huirá la noche hacia la condenación
o la salvación?
Mundo de lo extraño y lo destruido
para ser salvados.
El poeta como militante defensor de la tierra, reconstruye imágenes que parecen presagiar el fin del mundo anunciado, amenazante, esta mirada apocalíptica es quizás el recurso a través del cual se denuncia la destrucción del medioambiente a partir de la intervención del ser humano:
Todo lo misterioso, desposeído está del diario mundo. Torcido, muerto, no poblado de tiempos ni memorias. De pronto el vaticinio, el indagar la luna,
el comprobar horóscopos de miedos,
hechos por vuestras manos, hechiceras antiguas. (…)
Narro lo incierto en esta niebla. Voy entre multitudes sudorosas, asediado de aceros sin batallas, en cotidiano infierno.
Hacia el final de “Narro lo incierto” el ciclo del mundo parece reconstituirse y la vida parece reiniciarse; el agua y el viento son los elementos pobladores de un nuevo ciclo:
Las aguas cantan otra vez. Solamente anda el viento por secretas ciudades.
Se cumplieron los ciclos del fuego y de la música. (…)
La figura del poeta se erige en “El artista da su testimonio” como una imagen nueva, se transforma en un creador provocador, rebelde, que toma conciencia de la naturaleza y del destino del hombre. Su acción revolucionaria y su creación poética consisten en llegar a un conocimiento profundo de todos los elementos que componen la vida del hombre y la naturaleza que lo rodea; se (re)construye a la vez como creador y como testimonio de la creación divina:
Cuando la mano del artista traza
el insondable centro del espacio, cuando es viajera de las constelaciones para encontrar la forma primigenia,
el artista quisiera ver a Dios
en la invisible noche de su caos. (…)
Y su mano dibuja esta aventura, es el contemplador
y el contemplado, (…)
y encuentra a la Belleza y la convoca.
Y la belleza atiende a su llamado,
su visión de los mundos y las muertes su dolor y su música y su luz.
Y lo deslumbra y le habla del misterio entre tantos mortales condenados
(…)
La lucha del poeta no solo es conocerse a sí mismo como hombre sino también lograr un profundo conocimiento del universo y de la naturaleza.
Análogamente, la producción poética del escritor Aldo Parfeniuk posee líneas de sentido comparables con la escritura de Romilio Ribero. En el primer poema del libro publicado en el
año 2004: “Un cielo, unas montañas”, el yo de la enunciación se constituye en el hombre que representa a la humanidad. Es un hombre anónimo, escindido del mundo natural y arrojado al caos ciudadano.
El poeta rememora un paisaje natural inexistente y su evocación determina una visión
nostálgica del pasado. Ahora, el hombre resituado en el nuevo paisaje artificial experimenta una sensación de extrañamiento: la nueva fisonomía urbana lo cosifica y lo deshumaniza:
Donde había unas casas
con cercos y flores y humo en los techos, y un hilo de agua que entre altos álamos mojaba a pájaros y estrellas
un hombre habla
sitiado por grises edificios
a rostros que ya nadie ve en el aire.
La presencia del pretérito imperfecto en el primer verso del poema: “dónde había unas casas” remite a la caracterización de un tiempo pasado signado por la permanencia del elemento natural: las flores, el agua los álamos, los pájaros y las estrellas. En oposición al sema de lo natural, los deícticos “ahora y “aquí” señalan el cambio espacial y la transformación del hombre contemporáneo, quien se encuentra solo y es un ser anónimo en la ciudad moderna.
Ese hombre –ahora, aquí-
de silencioso café y rodeado de turistas.
Ese animal solo y balando,
perdido del rebaño. Rumiando su sola verdad:
un cielo, unas montañas.
Contra un montón de olvido.
En el poema titulado “El Cerro” el cambio de voz del yo lírico, permite al lector distinguir dos partes estructurales. En la primera, el yo poético se define como un yo que forma parte de un nosotros colectivo; esto se observa explícitamente en el uso del pronombre de primera persona plural del primer verso:
Era el cerro, entonces, lo que nos llamaba
La integración del yo de la enunciación con la colectividad se manifiesta también en la apelación al recurso de la personificación y la utilización de imágenes sensoriales con las que se describe al cerro. Así este se convierte en símbolo de lo natural, lugar de reunión y confraternidad. Es el cerro el encargado de convocar a los hombres:
Era el cerro, entonces, lo que nos llamaba En la siesta a plomo sobre el pueblo.
El cerro. Su voz de pájaro innumerable, de perdiz lejanísima, de crespín
solamente silbándole al tiempo su pregunta sin tiempo.
El cambio de la voz de enunciación se explicita con el uso de la primera persona presente y determina la segunda parte del poema: “busco un pasado de leña”. Pareciera ser que ahora el poeta ha iniciado una búsqueda existencial que lo conecte a un pasado perdido. No obstante, la búsqueda del sujeto ha comenzado mucho antes, cuando sabemos en el primer verso que: “era el cerro”. El significado existencial del verbo ser y el tiempo pasado dan paso al recuerdo del yo lírico que asume ante el mundo una actitud contemplativa y reflexiva. El pasado puede interpretarse en la obra de Parfeniuk como una metáfora del entorno natural y de las experiencias vividas en este ámbito. El entorno natural en la obra del autor no solo remite al espacio físico sino que también está representado por sus elementos constitutivos: el cerro, el río, el viento; los hombres y las costumbres del lugar. Esto es lo que el poeta recuerda e intenta recuperar.
Asimismo, en lo que respecta al acto de creación Walter D. Mignolo sostiene que:
“Escribir poesía implica asumir un código y dirigirse a una audiencia. Crear, en definitiva, no solo una imagen o figura del poeta, sino también una imagen o figura de la audiencia”. (Mignolo, W, 1982, p.134) Las aseveraciones del autor se constatan en el poema “El río que no pasa”, texto en el que se delinea explícitamente la figura y la función del poeta. El yo de la enunciación asume una actitud crítica del entorno y mediante la palabra compromete a la audiencia a reflexionar sobre el desastre ambiental:
Lean conmigo este río; esta costa arenosa. (…)
Su barro tan justo y tan lejano
Más adelante la adjetivación eufórica utilizada para describir el río en los primeros versos, será reemplazada por una caracterización disfórica que preanuncia el desastre ambiental. Así, aquel río de “barro tan justo y tan lejano” es ahora “el río de la pisoteada orilla, / el río que no pasa”.
Finalmente, mediante el recurso de la metáfora en el primer verso del poema “El cielo”, el poeta presagia el desastre ambiental y advierte al lector: “Aquí se cae el cielo sobre su propio olvido”. El apocalipsis se representa en el texto mediante la caracterización del cielo con cenizas, pájaros finales y fuego. Hay una consustanciación fuerte entre hombre y paisaje, el hombre se mimetiza con el paisaje y se pierde con él. El mensaje del poeta se vuelve evidente: salvaguardar el entorno natural es salvar al hombre. El morir del cielo implica el morir del hombre:
Uno lo tiene ahí; lo ve perderse (…)
Lo mira cubrir sus últimos destellos con cenizas
del día
Lo piensa (…) hundiéndose entre pájaros finales, embarrados de fuego
(…)
Empapado de crepúsculo uno se hace cielo. (…)
El cielo.
Muriéndose.
Con uno adentro.
Conclusiones
En la producción literaria de ambos poetas es recurrente la visión y la evocación nostálgica de un pasado asociado al sema de lo natural.
También, mediante tópicos como el fuego, las cenizas o las llamas se anuncia en sus obras el desastre ecológico. El poeta asume una actitud contemplativa pero al mismo tiempo reflexiva y crítica sobre los problemas del planeta en general y, particularmente, sobre los problemas de su entorno. El juego de voces textuales muestra un sujeto en tensión que se encuentra por un lado escindido de lo natural y, por el otro, alienado por lo artificial. Este estado en el que se encuentra el hombre determina a su vez la oscilación permanente entre salvación y apocalipsis. Finalmente, en la obra de ambos poetas se observa una trascendencia de la actitud contemplativa en pos de enunciar un macroacto de habla que concientice al lector y lo impreque para actuar y comprometerse con la problemática ambiental