La lucha que transformó todo y sigue encendida
Hace una década, el grito colectivo de Ni Una Menos estalló en las calles de Argentina y resonó en el mundo entero. Aquel 3 de junio de 2015 no fue solo una marcha: fue un punto de inflexión histórico, el momento en que la violencia machista dejó de ser un drama privado para convertirse en una demanda política irrenunciable. Diez años después, el reclamo sigue vigente, pero en un contexto alarmante: recortes presupuestarios, discursos negacionistas y un preocupante retroceso en los derechos conquistados exigen que el movimiento se reinvente con más fuerza que nunca.
El antes y después de una revolución feminista
Antes de Ni Una Menos, los femicidios eran tratados como «crímenes pasionales», las víctimas eran revictimizadas por la justicia y el Estado no tenía políticas integrales para erradicar la violencia de género. La movilización masiva del 2015 cambió todo: logró instalar en la agenda pública que los femicidios son una emergencia social, impulsó la Ley Brisa (reparación económica para hijxs de víctimas), la creación del Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad, y la implementación de la Ley Micaela, que obliga a la formación en perspectiva de género en el Estado.
Pero, sobre todo, Ni Una Menos rompió el silencio. Millones de mujeres y disidencias empezaron a denunciar abusos, acosos y violencias que antes se naturalizaban. El movimiento no solo visibilizó los femicidios, sino que puso en evidencia las desigualdades estructurales: la brecha salarial, la sobrecarga de cuidados no remunerados, la falta de acceso a la salud reproductiva y los obstáculos para una vida libre de violencias.
La deuda del presente: recortes, negacionismo y retrocesos
Hoy, en medio de una crisis económica profunda, los programas de prevención de violencia de género sufren desfinanciamiento, los refugios para víctimas colapsan y las organizaciones sociales que sostienen redes de contención ven recortados sus subsidios. A esto se suma el avance de sectores reaccionarios que niegan la violencia machista, ridiculizan la perspectiva de género y buscan derogar leyes conquistadas, como el derecho al aborto legal.
El gobierno actual ha dado señales ambiguas: mientras mantiene algunos programas esenciales, recorta presupuestos clave y no prioriza la lucha contra la violencia de género como política de Estado. La justicia, por su parte, sigue siendo lenta, patriarcal y, en muchos casos, cómplice de agresores.
El futuro del movimiento: más unidas que nunca
En este escenario adverso, Ni Una Menos no puede ser solo una consigna del pasado, sino una brújula del presente. El movimiento demostró que la calle es poder, que la sororidad salva vidas y que sin feminismo no hay democracia. Pero hoy la lucha debe adaptarse:
- Exigir presupuestos urgentes para combatir la violencia de género.
- Defender las leyes conquistadas frente a los embates conservadores
- Seguir ampliando derechos, porque ni el aborto ni la ESI están garantizados en todo el país.
Incorporar nuevas demandas, como la crisis de los cuidados, las violencias digitales y la feminización de la pobreza.
Diez años después, Ni Una Menos sigue siendo grito y propuesta. Porque mientras sigan matándonos, desapareciéndonos y negándonos derechos, la revolución feminista no dará ni un paso atrás. Por las que ya no están, por las que sobrevivieron y por las que vienen: ¡Ni Una Menos! ¡Vivas, libres y desendeudadas nos queremos!