Por Clara Gagliano, Editora Corprens Ediciones.
Julieta Lanteri nació en Cuneo, Italia, en 1873, y llegó a la Argentina siendo niña, junto con su familia. Desde joven mostró una determinación inquebrantable y un fuerte compromiso con el progreso social. Además de ser la primera mujer en ingresar al Colegio Nacional de La Plata (del cual egresó con el título de bachiller), de estar entre las 5 primeras mujeres médicas de la Argentina, y de ser la primera ciudadana italiana en graduarse de la Universidad, Julieta Lantieri fue la primera mujer en votar en nuestro país y en toda Latinoamérica.
¿Cómo lo hizo?
Aprovechando un vacío legal. ¿Un vació legal? ¿Cómo es eso? Acá te lo cuento:
El llamado a inscripción era para «los ciudadanos (énfasis en la «o») que fueran mayores de edad, residentes en la ciudad, y que tuvieran un comercio, industria o profesión liberal», pero en ninguna parte del anuncio se especificaba que las mujeres estuvieran excluidas de este llamado. Dado que la RAE utiliza el plural masculino en forma genérica, incluyendo tanto a hombres como a mujeres, Julieta Lantieri solicitó a la Justicia Electoral ser inscripta en el padrón, alegando que ella cumplía todos los requisitos: era profesional, mayor de edad, pagaba impuestos, y era residente de la ciudad. Tomando como base este vacío legal, y que la Constitución argentina, en su artículo 19, establece que ningún ciudadano puede ser privado de hacer lo que la ley no prohíbe, los argumentos de Lanteri resultaron inapelables: no tuvieron más opción que darle validez a su reclamo. Así fue que en 1911 Julieta se inscribió en el padrón electoral y votó en las elecciones municipales de Buenos Aires de ese año, casi 50 años de que el sufragio femenino estuviera reglamentado. Aunque este derecho no se extendió a las demás mujeres hasta décadas después, su acto fue un precedente fundamental en la lucha por la igualdad de género.
Pero poco tiempo después, el Concejo Deliberante porteño se encargó de aclarar cualquier malentendido que pudiera surgir por el uso del «los»: sancionó una ordenanza en la cual se especificaba que el empadronamiento se basaba en el registro del servicio militar, del cual las mujeres SÍ estaban explícitamente excluidas. Frente a este giro en los eventos, Julieta Lanteri, incansable en su lucha, se presentó ante registros militares de la Capital Federal para solicitar ser enrolada como médica, y hasta acudió al Ministro de Guerra y Marina, pero su petición fue rechazada. Pero ese rechazo, tan rotundo, no era suficiente para alejarla de la batalla legal: en 1919 la Dra. Julieta Lanteri se postuló para ocupar una banca en la Cámara de Diputados de la Nación.
¿Una banca en el Congreso? ¿Cómo lo logró?
Pues, aprovechando otro vacío legal, que el machismo imperante en aquella época no alcanzó a tapar, se presentó nuevamente ante la Junta Electoral, y alegó que: «la Constitución Nacional emplea la designación genérica de ciudadano sin excluir a las personas de mi sexo, no exigiendo nada más que condiciones de residencia, edad y honorabilidad, dentro de las cuales me encuentro, concordando con ello la ley electoral, que no cita a la mujer en ninguna de sus excepciones». Una vez más, no les quedó otra que ceder ante la lógica irrefutable de su argumentación. Lanteri compitió por una banca en el Congreso como diputada, convirtiéndose así en la primera mujer candidata en la Argentina, y sacó 1730 votos de los 154 302, por lo que no ingresó al Congreso.
Pero su militancia no se detuvo por esta derrota. Además de pelear por los derechos de las mujeres, Julieta Lanteri defendió los derechos de los inmigrantes, promovió la laicidad en la educación y luchó por mejores condiciones laborales para los trabajadores. Su compromiso con la justicia social y su valentía la llevaron a postularse varias veces como candidata a diputada, aunque las trabas legales impidieron su éxito electoral.
Su vida estuvo marcada por la tenacidad, el coraje y un profundo sentido de la justicia.
El 23 de febrero de 1932, la Dra. Lanteri caminaba por la Diagonal Norte, en pleno microcentro de Buenos Aires, cuando un automovilista la golpeó (algunos historiadores sostienen que intencionalmente) y huyó. Después de dos días, el 25 de febrero, murió a los 58 años en el hospital. Unas 1000 personas acompañaron su funeral.
Ese «accidente» terminó con su lucha, pero, afortunadamente, no con su memoria.