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Parfeniuk en Salta junto a Fernanda Agüero

La poeta salteña Fernanda Agüero presentó las obras de Aldo Parfeniuk

La poeta salteña Fernanda Agüero presentó las obras de Aldo Parfeniuk en la ciudad Salta en el homenaje que se le rindió a la poesía y al editor Alberto Burnichon, asesinado por la dictadura militar el 25 de marzo de 1976.

Sobre el libro del carlospacense «Alberto Burnichon y el delito de editar», la poeta salteña dijo: «Hubo un hombre, portafolio en mano, frente a sus ojos un camino, muchos amigos. Hubo un sueño que surgía en pueblos y fogones, en charlas largas y nocturnas y que fue entramándose en un tiempo y en un corazón. Hubo una esperanza y por eso muchos pudieron fecundar la palabra, porque hubo un hombre que andaba por los márgenes del sistema buscando y hallando a los Castilla, a los Alonsos, a una Sara San Martín, para verlos florecer como poetas y artistas del interior más profundo de esta tierra. Hubo un país en el que destruyeron ese trabajo único, insólito, tan humano y necesario, en el  que quemaban libros por el color de sus tapas. Hubo un Alberto Burnichon al que mataron por tener un sueño y con él mataron los valores de una sociedad y de una época paradigmática de construcción de redes literarias hechas a puro pulmón y caminos de tierra.

Hubo en este país un librero itinerante, un ambulante, un amante de las palabras de los otros, titiritero a veces, amigo siempre, un chasqui cultural al decir de Aldo Parfeniuk, el artesano de un tiempo y un modo de estar sobre la tierra, un legitimador sui generis de la poética, el hacedor de libros, el que andaba por los no lugares del sistema, y fue asesinado por soñar que todo esto era posible. Así anduvo Burnichon llevando poesía como su única arma contra el poder.

Por eso, esto, hoy, es una cuestión de la memoria, la matriz que nos cobija porque solo allí, es decir recordando, reconstruyendo el mundo de ese hombre y de su sueño estaremos a salvo, creeremos que todo es posible y podremos mirarnos a los ojos y comprender su impronta y su luz. Lo otro es el olvido, una oscuridad sin ventanas, donde crece el nunca saber, el nunca decir, donde van a morir las banderas de los que lucharon. El gesto inmenso de Alberto Burnichon es el que nos pide desde ese espacio que cada año volvemos a abrir,  que preservemos la memoria  porque todos lo que aquí estamos somos un poco ese Burnichon trashumante, estamos hechos con un pedacito de su utopía, de su loco sueño de unirnos para seguir editando, para seguir leyéndonos, para  poetizar una y otra vez el mundo y creer que ya no habrá tanta iniquidad. Hoy este libro El delito de editar de Aldo Parfeniuk continúa alimentando la memoria que nunca debemos perder».

 

ECOPOESIA 

Con respecto al libro Ecopoesía, editado por Corprens, Fernanda Agüero señaló en el acto de presentación ante un auditorio colmado: «Este libro de Aldo es un ensayo que engarza poesía, reflexión y una  mirada sobre la naturaleza y la crisis ambiental, todo ello en el marco del movimiento Bosques de la Poesía que comenzara en 2020 y que lucha para redactar leyes que declaren a la naturaleza como sujeto de derechos.

El término ecopoesía remite al griego antiguo oikos, es decir casa de la poesía o dicho más poéticamente la poesía como casa, metáfora que se ajusta al sentimiento lírico de muchos, del acontecer de un poeta. La poesía como el lugar en el que nos sentimos a resguardo y al que debemos cuidar, amenazado como anda el lenguaje lo mismo que el planeta, sometidos ambos a la dominación de intereses espurios que rompen sus lazos más íntimos para transformarlos en lo opuesto a esa casa en la que queremos estar. Sin ir tan lejos, nuestros pueblos originarios hicieron y hacen permanente referencia a la madre Tierra y al modo siempre agradecido y colectivo de estar sobre la tierra en comunicación  ancestral para lo que ellos llaman el Buen Vivir, poetizando en sus lenguas el amor y el respeto al planeta. Es decir, la cosmovisión andina.

Es bueno pensar, o sentir, que la poesía en este contexto es nuestro recurso sostenible, porque el lenguaje que nos nombra, que dice quienes y qué somos, es parte de un gran ecosistema en esa nutrida red humana que vamos construyendo con el tiempo y que forma parte de nuestra historia, con cada palabra, con cada idea. El discurso poético gira hacia lo más profundo de la construcción semántica, allí donde las palabras escarban en el origen de todo, en el ser más primitivo de la existencia. El principio es el verbo, como esta tierra es también el principio de nuestra existencia, fuente de vida y la palabra fuente de nuestra identidad. Somos a través del lenguaje y de esta tierra y el castigo que aparece en este contexto de un 24 de marzo es el destierro, el exilio y la censura y quema de libros. Protegerlos es trabajar para volver a un equilibrio ontológico, social y cultural.

En este marco se  defiende la diversidad, las lenguas, las culturas frente a los procesos mercantilistas y hegemónicos que ponen en riesgo las estructuras elementales de la comunicación entre los seres que somos, pero también la comunicación con la naturaleza. Si bien es esta una causa ecologista también es una postura política, pero asombrosamente también es una cuestión poética a través de los versos de muchos poetas que abordan la temática tal como nos cuenta Aldo en su libro, por ejemplo en las obras de Juan L Ortiz, Luis Franco, Juan Bustriazo Ortiz,  Castilla, donde cada uno a su manera poetiza la tierra y abriga su pertenencia.

El libro de Aldo (Parfeniuk) toma  parte  de la obra de Leopoldo Castilla, Edith Vera, Romilio Ribero, Manuel J. Castilla y Dulce María Loynaz –

 

El fuego

 

Por los pajonales anda suelto el fuego.

Malmatando. Hambriento.

No se sabe la laya de ese animal.

 No se le conoce hembra.

Y tiene crías. No se le conoce el pasado. Sí el rencor.

Dice que todo es de él o que él es todo.

Se cree un dios porque ilumina muriendo.

Por eso arrasa montes, casas, las cosechas

Y el bicherío.

No hay modo de atraparlo. Cuando lo cercan ya se ha hecho humo.

Ya va a caer. Lo estamos esperando.

Con todo el odio ardiendo.

 (Leopoldo Castilla: «El fuego», en Coirón (2011))

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