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La Cerveza: una historia con rostro femenino

En el imaginario colectivo, la cerveza suele asociarse con reuniones masculinas o publicidades de espuma dorada. Pocos saben que esta bebida milenaria —la tercera más consumida del mundo tras el agua y el té— tiene una historia intrínsecamente ligada a las mujeres. Una conexión que se remonta a los albores de la civilización y que hoy resurge con fuerza.

Hace más de seis mil años, en la fértil Mesopotamia, las mujeres no solo elaboraban cerveza: eran sus sacerdotisas guardianas. La evidencia más antigua —una tablilla del 4000 a.C.— muestra a personas bebiendo juntas de un mismo recipiente. En Sumeria y Babilonia, ellas controlaban absolutamente la producción de esta bebida baja en alcohol, usada en rituales religiosos y como parte de la dieta diaria. Las cerveceras gozaban de prestigio social, y la diosa Ninkasi era su protectora. En Egipto, la situm era tan valiosa que los salarios se pagaban parcialmente con ella: dos contenedores diarios por trabajador. Bajo la supervisión de la señora de cada hogar, las mujeres preparaban la cerveza en espacios dedicados… hasta que la expansión comercial desplazó su rol hacia los hombres.

La tradición femenina cruzó continentes y culturas. Entre los vikingos, las mujeres elaboraban cervezas como la öl con propiedades alucinógenas, que usaban en rituales chamánicos para «ver el futuro». En la Inglaterra de los siglos XV y XVI, las brewsters o «alewives» producían cerveza en sus hogares. Si generaban excedentes, lo vendían —colgando una escoba en la puerta como señal— o portando sombreros cónicos para destacar en los mercados. Este icónico atuendo, junto a sus calderos humeantes y los gatos que ahuyentaban roedores de los granos, forjó involuntariamente el estereotipo visual de las brujas. Un legado irónico para quienes sostuvieron economías domésticas.

Con la creación de gremios cerveceros en el siglo XII, la Revolución Industrial del XVIII y la masificación de fábricas, las mujeres fueron sistemáticamente excluidas de la producción. La publicidad del siglo XX consolidó el imaginario de la cerveza como bebida «masculina», relegando a las mujeres al papel de reclamo publicitario. Solo episodios como la Ley Seca en EE.UU. (1930s) devolvieron brevemente su protagonismo en la producción clandestina. Hubo que esperar al siglo XXI para un renacimiento: en 2007, el mismo año que se instauró el Día Internacional de la Cerveza (2 de agosto), nació en Estados Unidos la Pink Boots Society, una organización sin ánimo de lucro que promueve el liderazgo femenino en el sector.

La próxima vez que alcemos una copa espumosa, recordemos que bebemos de un legado de sacerdotisas, brewsters y pioneras. Su historia nos habla de poder económico, sabiduría ancestral y resistencia cultural. Hoy, mientras mujeres cerveceras, sommeliers y maestras malteras recuperan su lugar, no solo honran un oficio: reescriben una narrativa milenaria que siempre les perteneció.

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