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Noche mágica en el Festival de Poesía en El Laurel

Por Pepa Merlo

 

Fue una noche mágica de martes y trece bajo el auspicio de una luna que iba encarando el segundo tramo de su fase creciente hacia la cercana luna llena de Esturión. Reunidos en el que fue un bosque de laureles, el bosque al que allá por 1491, cercada ya Granada, la reina Isabel vino buscando cobijo de una batalla que intuyó trampa de los granadinos, se fusionaron música y poesía. Poesía en el laurel.

 

Diónico perennofolio, el haz verde oscuro, el envés pálido, las flores dispuestas en umbelas, cuatro pétalos, propagación agámica, asexual, como los ángeles. La madera de su árbol es la que los árabes consideraron idónea para elaborar sus filigranas de taracea y marquetería. Laurus nobilis, el árbol de Apolo, aurel, aurelar, aurelero, aurero, auré, lauredo, laurel de Dafne, laurel del Mediterráneo. Producto final de la metamorfosis. Árbol protector. El mismísimo Tiberio cuando tronaba se ponía una guirnalda de laurel en la cabeza por estar seguro de los rayos.  El árbol de la alabanza. Signo de poetas. Símbolo del locus amoenus, triunfo amatorio en el Renacimiento (Apareja gran trofeo,/ ciñe esa hermosa frente/ de laurel que represente/ que triunfas de mi deseo. Diego Hurtado de Mendoza). Petrarca recordará con éste árbol el nombre de su amada… Y es por las ramas del laurel que van dos palomas oscuras. Poesía en el laurel, en Az-Zawia, el «lugar de retiro», en Zubyah, «el lugar donde fluye el agua», la ciudad donde volvía Rafael Guillén para evocar esa edad a la que nos aferramos como un conjuro contra el tiempo, la infancia:

 

                        vuelvo, digo

                        a La Zubia, el tranvía, los olivos,

                        el callejón, los pinos

                        de Corvales, la cueva, el Balzaín,

                        la Huerta Grande con la encina, vuelvo,

                        al Laurel de la Reina, a ver si subo

                        otra vez a la torre

                        de la iglesia y empujo,

                        tan alto, todo un tiempo comprimido,

                        todo un dolor aquél, hacia otros pagos.

                        Y que arraigue en lo vivo, todavía

                        puede ser, y que crezca y que retoñe.

 

En el jardín de este convento de San Luis el Real que la reina católica mandó erigir después de la retirada imprevista de unos granadinos a los que ya no había artimaña que les funcionara, se convirtió en lugar idóneo para refugiarse del calor en la noche de estío y conjurar con la palabra y la música, el día después de los idus del sextilis

La voz de Isabel Martín Salinas abrió el portón de este jardín con el tema «Laurel». Dramaturga, directora de escena, actriz, ensayista, articulista, poeta con más de una veintena de poemarios a sus espaldas, pero en esa noche, fundamentalmente, cantautora, inauguró la noche y volvió para acompañar a los poetas con un tema propio: «Granada, puerta de Elvira».

 

                        Aquí

                        por fin

                        descanso,

                        mi atención

                        no debe disiparse.

                        Un poco de distancia

                        tal vez la estiraría,

                        pero si apreso el pasmo

                        y fuerzo demasiado las poleas

                        la emoción dejará de trasladar

                        estas pequeñas cajas con visiones.                                         

 

Descubrimos, como Pandora, cinco cajas y pudimos deleitarnos como en este «Elogio del minuto» de Andrés Neuman con sus visiones:

Aquí la primera caja y la visión que contiene:

Lo conocí con Bariloche no en Bariloche, después vino La vida en las ventanas que auguraba un mundo hoy acostumbrado, entonces ni intuido. Hablar solos, Una vez Argentina, Vivir de Oído, Fractura, y por siempre, siempre, siempre, un organillero, como él mismo, viajero del siglo. El jugador de billar, El tobogán, La Canción del antílope, Gotas negras, Sonetos del extraño, Mística abajo, y una extensa lista de títulos de narrativa y de poesía; los premios más relevantes del panorama literario español e internacional son muestra de su afán desmedido por el trabajo… Argentino y español, del Boca; amigo de Valdano, una vez fue del Madrid, luego se hizo amigo de Messi, y ya sabemos, cuando Dios aparece…

 

 

Como en un relato de Paul Auster, Google se pregunta: ¿Quién fue Andrés Neuman?  Pero la respuesta que ofrece el servidor es aburrida, más allá del año de su nacimiento, más allá de un correcto currículo, Google no sabe que Andrés fue, es y será siempre baccalaureatus, un laureado bachiller, al que sin necesidad de practicar la dafnomancia, la adivinación mediante hojas de laurel, se le intuía ya, cuando era un joven, y en su caso no podemos decir imberbe, un futuro triunfador.

 Un enfant terrible y un sabelotodo, en el sentido más prosaico de la palabra, porque a veces engaña y parece que lo sabe todo, hasta que alza levemente la cabeza y deja que la mirada huya y la curiosidad y el interés por lo que escucha se impone, descubres entonces que Andrés Neuman vive en un continuo aprendizaje.

 

Se nos abrió la visión de la segunda caja:

            Camino al auditorio, la concertino ensaya su vibrato con cuerdas

            virtuales y el aire hace reproches de amor al oboísta.

 

Chocar con algo es el penúltimo título de Erika Martínez, Color carne el primero, ahí fue cuando choqué con ella, quiero decir, con sus versos, con su mirada irónica e impertinente, con su actitud Lenguaraz, deslenguada y atrevida, dice el diccionario que dice la palabra. Es difícil armar el mundo una vez desmontado, descubrir El falso techo que lo cubre, y Erika lo hace. Tira el mundo al suelo, lo despieza, juega a sabiendas, un ratito, a montar las piezas en lugar erróneo, para deleitarse y deleitarnos. Se divierte viendo cuántas y qué formas podrían tener, pero no tienen, y en el juego nos muestra ese otro mundo de contornos imprecisos, sus fallas, un dolor que antes de dolernos nos arranca una sonrisa, a veces; una mueca, a veces. Erika sabe del silencio, es discreta en la vida, tanto como traviesa, sarcástica y punzante lo es en la literatura, tal vez por eso guste del aforismo, esa herramienta precisa, como el bisturí del cirujano, y su pulso de relojero es capaz de encajar con finura hasta la pieza más pequeña, esa, la más valiosa, por ser la pieza perdida y encontrada en un lugar recóndito o en un lugar de tan visible, obviado; tal vez, pongamos, en el marco de una puerta. Su último título: La bestia ideal.

 

 

Descubrimos la tercera caja:

                        «Ya lo sé, vine al mundo con las manos heladas».

José Antonio Fernández García poeta y narrador construye la ciudad en sus poemarios, no sólo en Paisajes, Premio Nacional de Poesía «Acordes», poemario de paisajes urbanos y paisajes interiores, la cara y cruz que conforman la ciudad. El espacio arquitectónico y el poeta que lo habita. No importa si es Córdoba, tal vez en él sea Córdoba. Al fin es la ciudad y el sentimiento que despierta en el lector. Capaz, el lector, de hacer suyos esos momentos personales que se entretejen entre los versos, Momentos de par en par, A bordo del Mar y náufrago en ti, o Bajo la sombra de Vicente Aleixandre y otros demonios. El último título Donde tu nombre apenas se debate.

 

En la cuarta caja la visión idílica de un paisaje literario.

 

Anuncia el Grand Turkish Bazaar el Defne Yapragi, las Hojas de laurel del Bazar de las especias de Estambul, perfecto para agregar un poco de sabor tradicional turco a su deliciosa comida.

TUGRUL KESKIN, aporta una nueva visión en la que imaginar el agua de la rivera en On the margin a water; palabras capaces de definir el sonido de la reverberación de la nieve, Refractive Snow Sound; y atrae y quieres conocer a Babek y Babek a Rebellion y las sedas de To let augment silks; e inquieta Merchant and Assassination y Pitch-Dark, oscuridad total, y el color cetrino de Sallow. Dieciocho poemarios en su haber, director del Festival Internacional de Literatura y Arte de Homero que se celebra en Esmira, editor del Festival de poesía de Salihli, columnista, y entre poeta, profesor, editor, reseña en su currículo una novedad, ser padre de Nehir Aras y Asya Siir. Premiado y reconocido, Tugrul trae el aire de Esmira, Izmir, Balcova, de Igdir, en la provincia de Aralik, donde nació. Ciudades que evocan un oriente pasado, aquel que más allá de sus nombres, se empeñaron en inventar nuestros poetas finiseculares.

 

De la quinta caja emergió la música.

 

Suena una novena más alto que las notas escritas (14 semitonos). El saxofón bajo está afinado en si bemol, el saxo para los que no sabemos de do trasteado ni conocemos el significado de Sib ni el rango, para aquellos, para aquellas que únicamente nos dejamos llevar por su sonido arrastrado, nos dejamos conmover por la profundidad de sus notas, por la rotundidad de su ejecución, el saxofón nos trae en la interpretación de Edouard Rambourg esas cualidades tonales cercanas a la voz humana que se le atribuye a este instrumento. Junto a la voz de la poeta y ensayista colombiana Lauren Mendinueta el dúo está completo. Los versos de Lauren han sido reconocidos y premiados con numerosos galardones como el Premio Nacional de Ensayo y crítica de Arte del Ministerio de Cultura de Colombia y el Premio Barranquilla. Sus versos se han traducido a numerosos idiomas, y de ellos el poeta William Ospina ha señalado la voz sosegada que los compone. Una voz que se acopla al sonido del saxo, capaces juntos de ralentizar el tiempo y su medida. Carta desde la aldea, Inventario de ciudad, Donde se escoge el pasado, Poesía en sí misma, La vocación suspendida, Vistas sobre o Tejo, Del tiempo, un paso, Uma visita ao Museu de História Natural, La realidad alterada, son algunos de sus títulos… Un toque de fado entreteje ciertos versos, y una ejecución profunda y grave los construye y se confunde con las treinta y dos notas cromáticas ascendentes naturales, los bemoles y sostenidos que dan sentido a este instrumento, el saxo de Edouard Rambourg.

 

Entrega del XIII PREMIO INTERNACIONAL Poesía en el Laurel.

 

Recibir un premio significa constatar el rendimiento de un trabajo. El trabajo bien hecho. Llegar al punto de recibirlo es mirar otra caja, visiones de esa niña que cantaba por las Grecas con Soleá, su hermana más pequeña, mientras en un mutis por el foro se perdían por un pasillo sin puerta, alejándose bajo la mirada atónita del poeta alucinado, Ángel González… Esa niña que aprendió de la mano del maestro que para llegar a cantar en los grandes teatros hay que saber lidiar también con el ruido ensordecedor de una caseta de feria invadiendo el escenario y ensordeciendo las cuerdas de la guitarra. Cantar para tres o tres mil personas con la misma seriedad; conducir desde Málaga con la bata de cola ya puesta para estupefacción del empleado de la gasolinera, y llegar a la placeta de la Huerta de san Vicente y dejar muda a una audiencia impaciente… Hay que ser por encima de todo, por encima del talento incluso, una profesional.

 

Un premio es el reconocimiento a un trabajo duro, porque la vida no regala nada por mucho que se posean las cualidades.  Estrella ha tenido el regalo de unos padres ejemplares, ha tenido y tiene el talento, el don, pero ha sido el trabajo el que ha hecho de la niña del cerro del Aceituno, la gran profesional de la música y de la vida.

 

Para definir y entregar el Décimo tercer Premio Internacional Poesía en el Laurel, Pedro Enríquez, director del «XXI Festival Internacional Poesía en el Laurel que durante estos años ha reunido cada verano a los nombres más relevantes del ámbito de la poesía y de la música nacional e internacionales, fue el encargado del alegato a Estrella Morente.

 

JOSÉ IGNACIO LAPIDO

Colofón de lujo para una noche inmensa: José Ignacio Lapido.

Su primer sencillo se graba en 1981, algo estaba cambiado en este país, y Granada fue un emplazamiento clave para el cambio en la música, como lo estaba siendo en poesía, en pintura, en todas las artes. Al-dar fue el primer paso en el mundo de la música. Luego, en 1982, vendría 091, y Lapido compositor y guitarra del grupo. Partiendo los ochenta llega Cementerio de automóviles, su primer LP y el mío. En 1986 editan el segundo, Más de 100 lobos, producido por Joe Strummer, líder de The Clash, y con él mis interminables noches de estudio como excusa. Cada concierto de los Cero significaba para mis padres una noche imaginaria de intenso estudio en casa de una amiga real a veces, imaginaria otras tantas. Y los temas de estudio se correspondían casualmente con un nuevo disco, un concierto nuevo:  Debajo de las piedras, 12 canciones sin piedad, El baile de la desesperación, Tormentas imaginarias, Todo lo que vendrá después… Aprendí de aquellas noches de concierto, que la música era algo más que música, era una forma de vida, la perspectiva idónea con la que contemplar un tiempo del que entonces, aun sabiendo, no había conciencia clara del cambio que significaba.

 

Para cuando José Ignacio, liquidando el siglo, en 1999, edita Ladridos del perro mágico, era algo más que un músico que se lanza en solitario, era el testimonio del tiempo que se afianza. La madurez de una carrera que este año ha cumplido veinticinco desde que inició su andadura en solitario. Veinticinco años y trabajos como Luz de ciudades en llamas, Música celestial, En otro tiempo, en otro lugar (producido por su propio sello discográfico Pentatonia Records), Cartografía, De sombras y sueños, Formas de matar el tiempo, el alma dormida, A primera sangre. 2008, 2010, 2013, 2017, 2023, una andadura por el nuevo milenio y por algo que trasciende a la música: la cultura en su sentido más amplio de la palabra.

 

En el 2016 vuelve con 091 en una gira «Maniobra de Resurrección» que sin duda resucitó en muchos, en muchas, aquellas noches de estudio sin libro, para terror de padres, en un rincón del Planta, a la espalda de la Facultad de Letras, en una nave en Armilla, en Santa Fe o donde quiera que tocaran los Cero. En el 2019 graba con los Cero La otra vida.

 

 

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