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Neruda en Villa del Totoral y su visita a las cuevas de Ongamira

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El poeta chileno, Pablo Neruda, llega a Villa del Totoral, a 84 km de la ciudad Córdoba, una villa de unos ochocientos habitantes, ubicada sobre el antiguo Camino Real.

 Rodolfo Aráoz Alfaro abogado,  marxista leninista en una familia de devotos de Mitre y secretario general del Partido Comunista para América Latina  lo invita  a su casona heredada a la que llama Kremlin la que ofrece como refugio a artistas e intelectuales exiliados.

Neruda encuentra en Totoral el espacio para que su mente se calme y pueda estar receptivo al paisaje y a la vida parsimoniosa que lo abraza.

Su anfitrión generosamente tenía por costumbre celebrar a sus huéspedes entre quienes supo estar Rafael Alberti y María Teresa León, David Alfaro Siqueiros, León Felipe, Joan Miró.

 

 

Entre las recreaciones que organiza para sus artistas e intelectuales amigos, está la  inauguración de la temporada de verano. En la época que Neruda reside en el Kremlin, con autorización de Aráoz Alfaro, diseña un arco con dos columnas altas en el hall de entrada y fue el albañil Vittorio Zedda el encargado de la refacción, trabajo que Neruda contempla y extrapola en La oda al albañil tranquilo. 

La villa es su páramo de paz y su fuente de inspiración. De  su estadía, caminatas y contemplación al entorno, Neruda deja retratados paisajes en sus “Odas”: “Oda a la mariposa”, “Oda a las tormentas de Córdoba”, “Oda al nacimiento de un ciervo”, “Oda al algarrobo muerto” , “Oda a un cine de pueblo”, “Oda a la pantera negra”, “Oda con nostalgias de Chile” y “Oda a un cine de pueblo”. En esta última se inspira en las noches que pasa  junto a Matilde en el cine independiente que funciona en el patio de la casa de Deodoro Roca.

 

 

En la  “Oda al algarrobo muerto”, uno puede hallar la evidencia de su llegada a las cuevas de Ongamira, en donde hay un letrero que cita la célebre frase que dicen expresa Pablo Neruda al conocer el lugar: “Este es el lugar más triste del mundo”.

Es que en la oda mencionada, se puede rastrear el paisaje camino a Ongamira que está a 68 km de Villa Totoral, lugar que recorre junto a su anfitrión cuando lo lleva de cacería de pumas y de chanchos salvajes en los campos cercanos al pueblo.

                            

Oda al algarrobo muerto

 

Caminábamos desde

Totoral, polvoriento

era nuestro planeta

la pampa circundada

por el celeste cielo:

calor y clara luz en el vacío.

Atravesábamos

Barranca Yaco hacia las soledades de Ongamira

Cuando

tendido sobre la pradera

hallamos un árbol derribado,

un algarrobo muerto.

 

En el imaginario colectivo, el poeta llega a las cuevas de Ongamira y se conmociona con la historia del cerro de los dos nombres.

 

El cerro de los dos nombres

 

El  Cerro Charalqueta, en Ongamira que está a 1.575 metros sobre el nivel del mar, fue designado así en homenaje al dios de la alegría y lugar donde los comechingones realizaban cultos a la luna y al sol y re bautizado, tiempo posterior a la llegada del español  como Cerro Colchiqui  en homenaje al dios de la fatalidad, de la tristeza; escucha de los lugareños, el poeta.

 

 

A medida que el relato avanza, Neruda puede visualizar la escena que habla de la época de la fundación de Córdoba. Ve a Jerónimo  Luis de Cabrera, al capitán Blas de Rosales y a los hombres que integran ese ejército bajando desde Santiago del Estero a cumplir la orden del virrey del Perú, Francisco Álvarez de Toledo de fundar una ciudad en el Valle de Salta que garantizara el acceso a esta región, donde está el centro minero del Potosí y que sirve de protección ante posibles ataques indígenas.

El poeta puede imaginar lo que le cuentan:  los españoles quieren explorar más al sur en busca de la ciudad de los tesoros, atraído por la sed de riqueza y poder que esto le significaría y, de paso, encontrar un camino que tuviera salida al Atlántico, para acortar la ruta y no hacerlo desde el Perú.

Entre las palabras que escucha y la historia que imagina, enhebra emociones.

Ve el invierno, el trayecto, la desobediencia de Cabrera,  el valle y el hilo de un río que lo atraviesa, dibuja la silueta de Jerónimo Luis de Cabrera, en su calidad de gobernador y capitán general del Tucumán, junto a sus hombres, que exploran y abren caminos a través de territorios inhóspitos, hasta fundar una aldea en ese lugar y que en honor a la esposa andaluza, Luisa, la nombra Córdoba de la Nueva Andalucía.

    Luego, el poeta camina en círculos observando el lugar y se apresta para seguir escuchando sobre el ritual fundacional con el que los conquistadores marcan su terreno y posteriormente la orden de Cabrera al capitán Blas de Rosales de seguir explorando ese edén y medir sus confines.

Escucha, el célebre poeta, el galopar del caballo de Blas Rosales cabalgando hacia el horizonte donde brillaban las promesas.

Puede entonces con su mente poética imaginar cómo los comechingones  sabían de esta prominente llegada y se prepararon para esperarlo: Neruda dibuja la postal de una emboscada de  flecheros, hacheros y lanceros bajo el mando del cacique Onga. Dando muerte al capitán Blas de Rosales.

 Reflexiona, al  imaginar que los hombres  que salieron ilesos regresan a Córdoba y le narran lo sucedido a Jerónimo Luis de Cabrera.  Puede ver la orden de regresar, con más hombres, porque por primera vez, un conquistador moría en manos de un indio.

Pablo Neruda escucha atento el final de la historia: Tristán de Tejeda, Miguel de Ardiles y Antonio Berrú, regresan para la revancha, más armados que nunca, con  escudos y corazas.

El poeta baja la mirada al suelo terroso de Ongamira  y percibe la muerte, la matanza de comechingones y entonces su alma se conmociona:  mujeres, ancianos y niños   suben a la cima del Charalqueta, y prefieren morir a quedar esclavizados  en manos de los invasores y se inmolan desde las alturas.

El poeta no puede hacer con esa tristeza una oda. Solo se estremece y exclama: Este es el lugar más triste del mundo.

 

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