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Hace 38 años, moría en Suiza Jorge Luis Borges

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Por Vidal Mario*                               

 

En 1968, Borges, acompañado de su mujer y con los auspicios de Olivetti Argentina, estuvo en Resistencia. En el salón de actos del diario El Territorio, disertó sobre “Literatura Fantástica”.

Yo tenía 15 años, y no pude ir a verlo. Seis años después, el destino me puso cara a cara frente a él.

Mi encuentro con ese maestro de la literatura universal se produjo en agosto de 1974, no en mi calidad de escritor principiante sino en mi condición de estudiante del turno nocturno de la Escuela de Comercio Nº 1 “General Obligado”, de Resistencia.

La Fundación “Bernardo Houssay” de Buenos Aires había lanzado becas para alumnos de escuelas secundarias de todo el país. Las mismas consistían en encuentros de media hora con personalidades argentinas de la época.

La directora de mi colegio, Berta Teuber de Yurkevich, gestionó para mí una de las becas posibles y, por los motivos que expuso, su solicitud fue aceptada.

Así fue como (el próximo mes de agosto hará cincuenta años) viajé a Buenos Aires para una entrevista de treinta minutos con el autor de El Aleph.

Compartí la habitación del hotel con quien debía entrevistarse con Leloir y con quien debía hacerlo con Benito Quinquela Martín, ambos también estudiantes del interior.

Hoy se conmemora el 38º aniversario de la muerte, en Ginebra, del gran escritor. Ocasión propicia para recordar cosas relacionadas con su vida, su obra y su personalidad.

 

Tumba de Jorge Luis Borges en Ginebra.

 

“Inspector de aves”

 

Borges tuvo un comienzo tímido y humilde como escritor. Vaya como ejemplo demostrativo esta memoria suya:

“En 1930, recibí una grata sorpresa. Esto era que, a lo largo de ese año, se habían vendido 27 libros míos. Yo estaba tan emocionado que quería saber el nombre de cada uno de mis lectores para ir a agradecerles personalmente por haber comprado mi libro. Esto se lo conté a mi madre, y ella se emocionó mucho. “Veintisiete libros es una cantidad increíble”, me dijo, y agregó: “Estás empezando a ser un hombre famoso, George”.

Fue un hombre que jamás olvidó el año 1955, no solo porque fue el año en que se quedó definitivamente ciego, sino también porque en septiembre de ese año quedó afónico de tanto gritar “¡Viva la Patria!”.

Habían derrocado a quien él consideraba que había sido la reencarnación de Rosas: Perón.

Nunca le perdonó a este que su madre, la uruguaya Leonor Acevedo, y su hermana Norah, fueran detenidas por la policía y alojadas en una celda común por participar de una manifestación en la calle Florida.

Y que, a él, escritor ya conocido, que desde 1937 trabajaba en la Biblioteca Municipal “Miguel Cané” del barrio de Almagro, intentaran lo humillaran mandarlo al Mercado de Abasto para cumplir tareas de “inspector de aves y conejos”.

Atahualpa Yupanqui se consideraba un “payador perseguido”, él se consideraba un escritor perseguido.

Comenzó a ser un escritor perseguido por cuentos como Deutsches Réquiem (Réquiem Alemán) sobre el nazismo.

“Se cierne ahora sobre el mundo una época implacable” profetizó Borges en dicho cuento y en obvia alusión al nuevo régimen que se instaló en el país en 1946.

En 1949, publicó el libro que incluía El Aleph, narración que había visto la luz por primera vez en 1945 en la revista Sur, de la millonaria escritora Victoria Ocampo, otra perseguida política.

Al final de esa obra, apuntó: “En la última guerra, nadie pudo anhelar más que yo que fuera derrotada Alemania, nadie pudo sentir más que yo lo trágico del destino alemán. Mi cuento Deutsches Réquiem quiere entender ese destino que no supieron llorar, ni siquiera sospechar nuestros germanófilos, que, sin embargo, nada saben de Alemania”.

En tiempos en que en la Argentina simpatizar con el nazismo no era un problema sino una virtud, adoptar posturas como las que él tomó no eran ni prudentes ni recomendables.

Nada beneficioso ni positivo podía esperar un escritor como él de un gobierno que por lo menos en sus años iniciales simpatizaba con el nacionalsocialismo alemán.

Igualmente, fue temerario lo que escribió en Otras Inquisiciones, en defensa de los judíos, cuando estos todavía no podían entrar a la Argentina, salvo ilegalmente:

“Hablar del problema judío es postular que los judíos son un problema, es vaticinar (y recomendar) las persecuciones, la expoliación, los balazos, el degüello, el estupro, y la lectura de la prosa del doctor Rosemberg”, escribió.

Por estas y por muchas otras cosas, el 28 de mayo de 1971 publicó en La Nación una nota en la que recordaba episodios que habían sucedido durante el primer gobierno peronista.

Terminó su artículo pidiendo: “Perdóneme el lector el atrevimiento de recordarle males que ahora, inexplicablemente, se olvidan”.

 

Argento hasta las médulas

 

 

Muchos lo criticaron cuando, enfermo de cáncer, decidió viajar a Suiza para morir allí.

Siempre había sido tildado de “europeizado”, y esa decisión suya pareció confirmar la opinión que en tal sentido se tenía de él.

Sin embargo, aunque consideraba a Suiza como su segunda patria, se sentía orgullosamente argentino. Sobre Buenos Aires, en una obra poética suya de 1964, incluyó ésta estrofa:

“Esta ciudad que yo creí mi pasado/ es mi porvenir, mi presente/; los años que he vivido en Europa son ilusorios/, yo he estado siempre (y estaré) en Buenos Aires”.

Incluso, el 6 de mayo de 1986, ya casi desde su lecho de muerte, escribió esta carta a la agencia EFE:

“Soy un hombre libre. He resuelto quedarme en Ginebra, porque Ginebra corresponde a los años más felices de mi vida. Mi Buenos Aires sigue siendo el de las guitarras, el de las milongas, el de los aljibes, el de los patios. Nada de eso existe ahora. Es una gran ciudad como tantas otras. En Ginebra me siento misteriosamente feliz. Eso nada tiene que ver con el culto de mis mayores y con el esencial amor a la patria. Me parece extraño que alguien no comprenda y respete esta decisión de un hombre que ha tomado, como cierto personaje de Wells, la determinación de ser, un hombre invisible”.

Más allá o más acá de convertirse en un “hombre invisible” en Ginebr, siempre se sintió orgullosamente argentino.

Tanto que le gustaba recordar que su abuelo paterno había sido el coronel Francisco Borges, cuya madre, Carmen Lafinur, era hermana del poeta Juan Crisóstomo Lafinur, cuyo linaje, a su vez, se remontaba hasta Juan de Garay, fundador de Buenos Aires.

Juan Crisóstomo Lafinur, gran héroe de la provincia de San Luís, era tío abuelo de Jorge Luís Borges. Por eso, en su libro Moneda de Hierro, publicado en 1976, le dedicó un hermoso soneto, una de cuyas estrofas decía:

“Cuando en la tarde evoco la azarosa/ procesión de mis sombras, veo espadas públicas y batallas desgarradoras/. Con usted, Lafinur, es otra cosa/. Lo veo discutiendo largamente/ con mi padre sobre filosofía/, conjurando esa falaz teoría/ de unas eternas formas en la mente/. Lo veo corrigiendo este bosquejo/, del otro lado del incierto espejo”.

Le gustaba además recordar que, por parte de su madre, su bisabuelo, coronel Isidro Suárez, murió en el exilio durante el asedio de Rosas a Montevideo.

Contaba que un pequeño hermano de ese bisabuelo suyo, de apenas diez años, fue fusilado por la mazorca en la muralla de la Recoleta. Y que un tío-abuelo suyo, Francisco Narciso de Laprida, fue presidente del Congreso de Tucumán.

 Además, que un tío de ese coronel Isidro Suarez que mencioné anteriormente, Miguel Estanislao de Soler, fue jefe del Estado Mayor del general José de San Martín.

 

Juan López y John Ward

 

En 1982, íntimamente tocado como todo argentino por la guerra de Malvinas, le dedicó uno de sus poemas más impactantes: Juan López y John Ward.

 Vale la pena reproducirlo textualmente:

“Les tocó en suerte una época extraña/. El planeta había sido parcelado en distintos países, cada uno provisto de lealtades, de queridas memorias, de un pasado sin duda heroico, de derechos, de agravios, de una mitología peculiar, de próceres de bronce, de aniversarios, de demagogos y de símbolos/. Esa división auspiciaba las guerras. López había nacido en la ciudad junto al río inmóvil; Ward en las afueras de la ciudad por la que caminó Father Brown/. Había estudiado castellano para leer el Quijote/. El otro profesaba el amor de Conrad, que le había sido revelado en un aula de la calle Viamonte/. Hubieran sido amigos, pero se vieron una sola vez cara a cara, en unas islas demasiado famosas, y cada uno de los dos fue Caín, y cada uno, Abel/. Los enterraron juntos/. La nieve y la corrupción los conocen/. El hecho que refiero pasó en un tiempo que no podemos entender”.

Hace cincuenta años, este gran escritor se dignó concederme media hora de su vida. A la distancia del tiempo, vayan mis agradecimientos a quienes lo hicieron posible.

 

*(Periodista-escritor-historiador)

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