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Editorial: 27 de mayo día del Documentalista Argentino

In memoriam Raymundo Gleyzer: cine, memoria y lucha por la palabra libre.

Cada 27 de mayo, en Argentina, el cine documental se viste de memoria. La fecha no es casual: marca el día en que Raymundo Gleyzer, uno de los cineastas más comprometidos de Latinoamérica, fue secuestrado y desaparecido por la dictadura cívico-militar en 1976. Su ausencia, convertida en símbolo, no solo nos recuerda su legado, sino también el valor del arte cuando desafía el silencio.

Gleyzer nació en 1941 y entendió el cine como un arma. Sus documentales, filmados con una cámara que nunca se conformó con observar, retrataron las grietas de un sistema que oprimía a campesinos, obreros y pueblos originarios. En México, la revolución congelada (1971) expuso la traición a los ideales revolucionarios; en Los traidores (1973), ficción documental de corte casi profético, desnudó la burocracia sindical cómplice del poder. Su obra fue un acto de militancia: creía que el cine debía “despertar conciencias, no decorar la realidad”.

Su secuestro, en plena escalada represiva del terrorismo de Estado, no fue un hecho aislado. Fue parte de un plan sistemático para extinguir las voces incómodas. Gleyzer integraba esa lista de artistas, periodistas y pensadores que el régimen quiso borrar. Hoy, su figura se alza como emblema de la resistencia cultural: un hombre que prefirió filmar en las trincheras antes que claudicar a la comodidad del arte neutral.

Cuarenta y ocho años después, su historia resuena con triste urgencia. En un mundo donde los discursos de odio, la censura velada y la concentración mediática amenazan la diversidad de relatos, el cine documental sigue siendo un refugio para las verdades incómodas. Gleyzer lo sabía: el documental no es solo un género, es una trinchera desde la cual se defiende el derecho a preguntar, a denunciar, a no olvidar.

Hoy, al evocar su nombre, también defendemos la libertad de expresión como pilar de toda democracia. En Argentina, un país con una cinematografía vibrante y rebelde, el cine sigue siendo territorio de batalla. Desde las historias íntimas de las Madres de Plaza de Mayo hasta los retratos crudos de la desigualdad, el cine argentino insiste en mirar donde otros apartan la vista. Es un cine que heredó la valentía de Gleyzer: el que filma en las calles, cuestiona el poder y preserva la memoria colectiva.

En tiempos donde algunos pretenden acallar las disidencias o reescribir el pasado, recordar a Raymundo es un acto político. La mejor manera de honrar su memoria y su legado es proteger los espacios donde la palabra y la imagen circulan libres. Porque el cine, como la sociedad, solo se sostiene si hay libertad para narrar, para cuestionar y, sobre todo, para no desaparecer.

Raymundo Gleyzer presente. Que vivan los documentalistas. Y que viva el cine argentino. Que nadie nos haga callar.

 

 

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