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49 años sin Martin Heidegger: entre el ser y la sombra

Martin Heidegger (1889-1976), uno de los filósofos más influyentes y controvertidos del siglo XX, revolucionó la manera de entender la existencia humana y la relación con el mundo. Su obra, densa y poética, navega entre la fenomenología, la hermenéutica y una crítica radical a la modernidad, pero su legado se ve inevitablemente entrelazado con su afiliación al nacionalsocialismo.

Heidegger centró su pensamiento en una pregunta olvidada por la tradición occidental: ¿Qué significa ser? En Ser y tiempo (1927), distinguió entre el Ser (Sein) —el fundamento oculto de todo lo que existe— y los entes (Seiendes) —las cosas concretas—. Para explorar esto, introdujo el concepto de Dasein (ser-ahí), que no se reduce al «humano» como ente biológico, sino a su modo de existir en el mundo.

El Dasein se caracteriza por su estar-en-el-mundo: una existencia práctica, arraigada en la cotidianidad. Heidegger describió cómo interactuamos con los objetos como herramientas (usándolos sin reflexión, en un modo pronto-a-la-mano) y cómo, cuando fallan, se revelan como meros objetos (ante-los-ojos). Este análisis reveló que nuestra existencia está tejida de cuidado (Sorge), preocupación por el futuro y una inevitable caída en la inautenticidad, donde nos perdemos en las normas del uno (das Man), la masa anónima.

La autenticidad, para Heidegger, surge al confrontar la muerte como posibilidad definitiva. Al aceptar nuestra finitud, el Dasein se libera de ilusiones y asume su existencia como proyecto único.

En su etapa posterior, Heidegger criticó la esencia de la tecnología moderna, no como mera herramienta, sino como un modo de revelar el mundo que reduce todo a reserva (Bestand): los ríos se convierten en fuentes de energía, los bosques en madera explotable. Este marco técnico, advirtió, amenaza con oscurecer otras formas de comprender el Ser, como el arte o la poesía. En La pregunta por la técnica (1954), llamó a una actitud de serenidad (Gelassenheit) para resistir esta lógica instrumental.

Heidegger se unió al Partido Nacionalsocialista en 1933 y fue rector de la Universidad de Friburgo durante un año, apoyando reformas alineadas con el régimen. Aunque renunció al cargo en 1934, nunca se desligó públicamente del nazismo ni ofreció una disculpa clara. Este vínculo ha generado décadas de debate: ¿Es posible separar su filosofía de su compromiso político? Algunos, como Hannah Arendt (su alumna y luego crítica), defendieron la autonomía de su pensamiento; otros, como Theodor Adorno, vieron en su lenguaje conceptos autoritarios.

A pesar de la controversia, el impacto de Heidegger es innegable. En el ámbito del existencialismo y la fenomenología, Jean-Paul Sartre tomó su análisis del Dasein para construir su propio existencialismo, aunque Heidegger rechazó la etiqueta. Su influencia se extendió a la hermenéutica a través de Hans-Georg Gadamer, quien desarrolló su teoría interpretativa basándose en la idea heideggeriana de que el comprender es un modo de ser. El postestructuralismo también encontró en él una fuente de inspiración: Jacques Derrida se apoyó en su deconstrucción de la metafísica, mientras Michel Foucault exploró las relaciones entre poder y saber bajo su influjo. Más allá de la filosofía, su crítica a la tecnología resuena en movimientos ambientalistas, y su reflexión sobre el arte como revelación del Ser ha influido en poetas y teóricos del arte.

Heidegger dejó un legado tan profundo como problemático. Su pregunta por el Ser abrió caminos para repensar la existencia humana, la técnica y el lenguaje, pero su silencio frente al Holocausto plantea dilemas éticos insoslayables. Hoy, su obra sigue desafiándonos: ¿Cómo reconciliar la profundidad de su filosofía con las sombras de su biografía? Quizás la respuesta esté en leerlo críticamente, reconociendo que, como el Dasein, todo pensamiento está arrojado en un mundo imperfecto, donde la luz de las ideas convive con las grietas de la historia. En palabras del propio Heidegger: «El ser solo se da en el claro del tiempo». Un claro que, en su caso, no borra las tinieblas, pero invita a seguir preguntando.

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