El 22 de mayo de 1810, Buenos Aires fue escenario de un evento que marcaría el rumbo de la historia argentina: el Cabildo Abierto. Con la caída de la monarquía española bajo el dominio napoleónico, criollos y vecinos notables se reunieron frente al Cabildo para debatir el futuro del Virreinato del Río de la Plata. Aquella asamblea, tensa y esperanzadora, derivó en la formación del primer gobierno patrio, semilla de la independencia. Pero más allá de los documentos y actas, este episodio trascendió al lienzo, la piedra y la palabra, convirtiéndose en un símbolo artístico de la identidad nacional.
En un contexto de incertidumbre, el Cabildo Abierto no fue un acto unánime: hubo disputas entre realistas y revolucionarios, y solo una minoría participó. Sin embargo, su significado como gesta fundacional lo elevó a categoría épica. Artistas del siglo XIX y XX, en pleno fervor por construir una iconografía patriótica, lo retrataron como un momento de unidad y decisión colectiva, omitiendo tensiones para exaltar el ideal de libertad.
El arte como espejo (y martillo) de la nación
La representación más icónica es El Cabildo Abierto del 22 de Mayo de 1810 (1910), del chileno Pedro Subercasseaux. Encargado para el centenario de la Revolución de Mayo, el óleo muestra una multitud ordenada, con figuras clave como Cornelio Saavedra y Juan José Castelli en primer plano. La luz dorada y las banderas evocan un aura casi sacra, reforzando la narrativa de un pueblo unido en su destino. Subercasseaux, aunque extranjero, capturó el espíritu que Argentina quería proyectar: solemnidad y consenso.
No fue el único. Escultores como Luis Perlotti inmortalizaron a los próceres en bustos y monumentos, mientras que el propio edificio del Cabildo, restaurado en 1940, se transformó en un museo-santuario donde relieves y murales narran la gesta. Incluso en la literatura, autores como Bartolomé Mitre y Eduardo Mallea aludieron al evento como metáfora de la voluntad ciudadana.
Crítica y evolución: Del bronce al píxel
Con los años, el enfoque artístico ha variado. Si en el siglo XIX primaba el romanticismo heroico, en épocas recientes surgen miradas más críticas. Artistas contemporáneos como León Ferrari o colectivos urbanos cuestionan la exclusión de indígenas, mujeres y sectores populares en aquellas jornadas. Murales callejeros en Buenos Aires, por ejemplo, reinterpretan el Cabildo Abierto con una paleta diversa, incluyendo voces silenciadas por la historia oficial.
Incluso el cine y las series, como Revolución: El cruce de los Andes (2010), mezcla dramatización con documentos para humanizar a los protagonistas, mostrando sus contradicciones.
El Cabildo Abierto sigue vivo no solo en los libros, sino en el imaginario colectivo moldeado por el arte. Cada representación —ya sea un óleo académico o un grafiti— es un diálogo entre el pasado y el presente. El arte, al retratar la historia, no solo la preserva: la interroga, la celebra o la desafía, recordándonos que los símbolos patrios son tan dinámicos como la sociedad que los recrea. En ese cruce entre pinceladas y memorias, el 22 de mayo de 1810 sigue abierto, invitándonos a repensar quiénes fuimos y quiénes aspiramos a ser.