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A 108 años del nacimiento de Juan Rulfo, la voz silenciosa que resonó en América Latina

En la vasta geografía de las letras hispanoamericanas, hay voces que no gritan, pero que perduran. Juan Rulfo, el hombre de pocas palabras y muchas historias, es una de ellas. Con apenas dos obras —Pedro Páramo (1955) y El Llano en llamas (1953)— construyó un universo tan desolado como poético, tan mexicano como universal. Su prosa, austera y cargada de silencios, no solo retrató el México rural y su desamparo, sino que también sentó las bases de lo que hoy reconocemos como literatura latinoamericana contemporánea.

Rulfo escribió como quien escucha el murmullo de los muertos. Sus personajes —campesinos, fantasmas, almas en pena— no solo habitan Comala; vagan por el inconsciente colectivo de un continente marcado por la violencia, la soledad y la búsqueda de identidad. Su realismo mágico no era un recurso estético, sino la única forma posible de narrar una realidad donde lo cotidiano y lo sobrenatural se confunden.

Su influencia es un hilo invisible que atraviesa a gigantes como García Márquez, quien admitió que, sin Pedro Páramo, no habría escrito Cien años de soledad. También en Onetti, en Borges, en Cortázar, hay ecos de ese estilo preciso, de esa capacidad para decir mucho con poco. Rulfo enseñó que la grandeza literaria no está en la abundancia de páginas, sino en la profundidad de las palabras.

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