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La voz insurgente de Roque Dalton ahora habita en la Caja de las Letras

El Instituto Cervantes recibe hoy un legado incandescente: los manuscritos, memorias y versos de Roque Dalton, el poeta salvadoreño cuya vida y obra encarnaron la rebeldía literaria y política de América Latina. A casi medio siglo de su trágica muerte, su palabra sigue vibrando con una urgencia que trasciende épocas y fronteras.

Nacido en 1935 en San Salvador, Dalton fue desde joven un espíritu inconforme. Educado en colegios religiosos, pronto abrazó causas mayores: a los 23 años se unió al Partido Comunista Salvadoreño, iniciando un camino de exilios y clandestinidad que marcaría su destino. Vivió en Guatemala, México, Checoslovaquia y Cuba, llevando siempre consigo dos armas inseparables: el verso afilado y la convicción revolucionaria.

Fue en 1969, durante su estancia en La Habana, cuando escribió Taberna y otros lugares, obra cumbre que ganó el premio Casa de las Américas. Allí fusionó el coloquialismo de Nicanor Parra con la ironía corrosiva de las vanguardias, creando una poesía donde conviven borrachos, amantes y guerrilleros. «La poesía es como el pan: debe ser compartida por todos», solía decir, y sus versos lo demostraban: accesibles pero profundos, sencillos pero subversivos.

Su regreso a El Salvador en 1973 para unirse a la guerrilla del ERP terminó en tragedia. Acusado de divergencias ideológicas, fue ejecutado por sus propios compañeros en 1975, a los 40 años. La paradoja no podía ser más cruel: el poeta que había sobrevivido a cárceles y dictaduras murió a manos de aquellos por quienes luchaba.

Hoy, cuando sus manuscritos ingresan a la Caja de las Letras, recordamos que Dalton no fue solo un mártir político. Fue un innovador literario que renovó la lírica hispanoamericana, un cronista sagaz de las contradicciones sociales (como en Las historias prohibidas de Pulgarcito), y sobre todo, un testigo implacable de su tiempo. Su legado, ahora custodiado en Madrid, sigue interpelándonos con preguntas incómodas sobre justicia, identidad y el poder transformador de las palabras.

Como escribió en El turno del ofendido: «Creo que el mundo es bello / que la poesía es como el pan / de todos». Hoy, ese pan compartido adquiere nuevo significado al ingresar al santuario de las letras hispanas.

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