Juan Gelman (1930-2014) fue mucho más que un poeta: fue un testigo incómodo de su tiempo, un buscador de palabras en medio del horror y un luchador incansable por la justicia. Su obra, marcada por el exilio, la pérdida y la esperanza, se entrelaza con su activismo por los derechos humanos, creando un legado único en la literatura latinoamericana.
Gelman perteneció a la generación de poetas que renovaron la lírica en español durante los años 60 y 70. Con un lenguaje que oscila entre lo coloquial y lo metafísico, exploró el dolor, el amor y la lucha política. Libros como Violín y otras cuestiones (1956) o Cólera buey (1965) muestran su capacidad para fundir lo íntimo con lo colectivo. Su estilo, a veces fragmentario, otras musical, siempre llevó la marca de una voz personalísima, capaz de nombrar lo innombrable.
Pero fue en el exilio donde su poesía adquirió una dimensión desgarradora. Tras el secuestro y asesinato de su hijo Marcelo y su nuera Claudia, embarazada, por la dictadura argentina (1976), Gelman transformó su dolor en versos que son gritos y susurros a la vez. «Carta a mi madre» o «Notas» son poemas que atraviesan la ausencia sin consuelo fácil, pero sin abandonar la dignidad de la palabra.
Gelman no solo escribió sobre la injusticia: la enfrentó. Durante décadas, buscó incansablemente a su nieta robada (encontrada en Uruguay en 2000) y se convirtió en símbolo de las Abuelas de Plaza de Mayo. Su lucha no fue solo personal: denunció las complicidades civiles con la dictadura y exigió verdad y justicia cuando muchos preferían el olvido.
Gelman recibió el Premio Cervantes en 2007, pero su mayor reconocimiento es la vigencia de su obra. En un mundo donde las dictaduras mutan pero la impunidad persiste, sus poemas siguen interpelándonos. Porque Gelman no creyó nunca en la poesía como evasión, sino como «un modo de respirar», de resistir.
Hoy, cuando los discursos del odio resurgen y la memoria se diluye, releer a Gelman es un acto necesario. Como él escribió: «La palabra sabe de lágrimas, de sangre, de sueños, de todo lo que somos». Y en esa palabra, su voz sigue viva.