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1 año sin Paul Auster, el escritor que convirtió lo local en universal

La literatura de Paul Auster es, en esencia, un mapa íntimo de Newark, Nueva Jersey. Sus calles, sus equipos de béisbol, los apartamentos de Brooklyn y los recuerdos de una infancia marcada por la distancia emocional de su padre son el humus del que brotan sus historias. Sin embargo, algo extraordinario ocurrió con esos relatos profundamente norteamericanos: trascendieron fronteras, traducciones y culturas para convertirse en espejos universales.

Auster, fallecido el 30 de abril de 2024, no solo escribía novelas; construía laberintos existenciales donde cualquier lector, ya sea en París, Buenos Aires o Tokio, podía reconocerse. ¿Cómo logró que lo local resonara globalmente?

Sus obsesiones —el azar, la identidad fracturada, el escritor como personaje— son arquetipos modernos. La trilogía de Nueva York (1987) o El palacio de la luna (1989) podrían transcurrir en cualquier ciudad donde los individuos luchan contra el aislamiento. Lo específico se vuelve universal cuando se narra con hondura psicológica.

Auster desdibujó los límites entre realidad y ficción, invitando al lector a ser cómplice. En El libro de las ilusiones (2002), el protagonista traduce a un actor mudo francés; en 4 3 2 1 (2017), explora cuatro vidas paralelas. Esa metaficción era un pasaporte sin fronteras: un idioma compartido por quienes buscan sentido en los pliegues de la existencia.

Aunque su voz era estadounidense, su espíritu era europeo. Admirador de Beckett y Kafka, Auster fusionó el noir neoyorquino con el absurdo continental. Francia lo adoptó como un écrivain américain de culto; España y Latinoamérica lo celebraron por su humanismo desencantado pero esperanzado.

Hoy, sus novelas se leen en 40 idiomas. No son «literatura estadounidense», sino literatura sin apellidos, como los personajes de La noche del oráculo (2003) que reinventan sus vidas al cruzar una puerta.

Auster demostró que las grandes historias no tienen patria. Que un niño que jugaba al béisbol en New Jersey podía, con palabras, construir refugios para almas perdidas en cualquier rincón del mundo. En sus propias palabras: «Escribo para entender qué significa estar vivo». Y lo hizo —brillantemente— para todos nosotros.

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