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Bosques de vida, bosques de poesía: reflexiones en el Día Internacional de los Bosques

El 21 de marzo no solo es el día en que la primavera despierta en el hemisferio norte; también es el Día Internacional de los Bosques, una fecha establecida por la ONU en 2012 para recordarnos la importancia vital de estos ecosistemas para la vida en la Tierra. Los bosques son mucho más que un conjunto de árboles: son pulmones que purifican el aire, refugios de biodiversidad, reguladores del clima y fuentes de sustento para millones de personas. Sin embargo, en un mundo cada vez más urbanizado y desconectado de la naturaleza, corremos el riesgo de olvidar su valor. Y quizás, en esa desconexión, también perdemos algo esencial de nuestra humanidad.

Los bosques son vida en su expresión más pura. Cubren el 31% de la superficie terrestre y albergan más del 80% de las especies animales y vegetales del planeta. Son esenciales para combatir el cambio climático, ya que absorben el dióxido de carbono y liberan oxígeno. Un solo árbol puede absorber hasta 150 kg de CO2 al año, lo que convierte a los bosques en aliados indispensables en la lucha contra el calentamiento global. Además, son fundamentales para mantener el ciclo del agua, proteger los suelos y prevenir desastres naturales como inundaciones y deslizamientos.

Pero los bosques no solo son vitales para el equilibrio ecológico; también lo son para las comunidades humanas. Más de 1.600 millones de personas dependen directamente de los bosques para su subsistencia, ya sea a través de la recolección de alimentos, la medicina tradicional o la obtención de materiales. Los bosques son, en esencia, un regalo de la naturaleza que nos conecta con nuestras raíces más profundas. Sin embargo, esta conexión se está rompiendo. La deforestación, impulsada por la agricultura intensiva, la minería y la expansión urbana, avanza a un ritmo alarmante. Cada año, perdemos alrededor de 10 millones de hectáreas de bosque, un área equivalente a la superficie de Islandia.

Frente a esta realidad, surge una pregunta: ¿cómo recuperar esa conexión perdida con los bosques? Aquí es donde la poesía, curiosamente, puede jugar un papel fundamental. Los «bosques de poesía» no son un concepto nuevo, pero sí una poderosa reivindicación. Se trata de espacios donde las palabras y los árboles se entrelazan, donde los versos se convierten en semillas y los poemas en raíces. En países como Reino Unido, por ejemplo, se han creado bosques dedicados a poetas, donde cada árbol plantado lleva asociado un poema. Estos bosques no solo son un homenaje a la literatura, sino también una forma de reconectar con la naturaleza a través del arte.

La idea de un «bosque de poesía» es, en el fondo, una metáfora de lo que los bosques representan: vida, crecimiento, interconexión. Un poema, como un árbol, nace de una semilla, crece con cuidado y se ramifica en múltiples significados. Ambos nos enseñan a esperar, a observar, a respetar los ritmos naturales. Ambos nos recuerdan que, en un mundo dominado por la prisa y el consumo, hay cosas que no pueden ser aceleradas ni compradas.

En este Día Internacional de los Bosques, es urgente reivindicar no solo la protección de estos ecosistemas, sino también nuestra relación con ellos. Necesitamos políticas que frenen la deforestación, sí, pero también necesitamos una cultura que valore los bosques no solo por su utilidad económica, sino por su belleza y su significado profundo. Necesitamos, en definitiva, aprender a ver los bosques como lo que son: un regalo que debemos cuidar y transmitir a las generaciones futuras.

Y tal vez, en ese proceso, los bosques de poesía puedan ser un puente. Un lugar donde las palabras y los árboles crezcan juntos, recordándonos que la vida y el arte no están separados, sino que son parte de un mismo tejido. Como escribió el poeta Robert Frost: «Los árboles que planto son una canción que canto para el futuro». Que este 21 de marzo sea una oportunidad para cantar, para plantar y para cuidar. Porque, al final, los bosques no son solo el pasado de la Tierra; son también su futuro. Y el nuestro.

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