Por Alejandro Frias
Escritor
Mendoza, 2024
Un libro de tapas negras y otro de tapas blancas; una temporada en un camping de parte de unos profesores y los días en una escuela pública de un grupo de alumnos; la búsqueda de la escritura de una novela, por un lado, y de un poema, por el otro. Y la sátira en torno a la irrupción de la Inteligencia Artificial.
Estamos hablando de dos libros, dos volúmenes que conforman una bilogía: “Escuela” y “Poema manual”, de Carlos Martín Eguía, publicados por Paradiso y que, con sus portadas ilustradas con la textura de aquel tan familiar “papel araña” usado para forrar los cuadernos, nos remiten de inmediato al ambiente de cualquier aula.
En “Escuela”, las acciones se desarrollan fundamentalmente en el camping La Postrera, donde un docente con licencia psiquiátrica se desdobla en la “mitad blanca” y la “mitad negra” y así transcurre los días en el intento de escribir una novela. Para eso, deberá escuchar los consejos y convivir con una serie de inefables personajes, además de experimentar la aparición de seres, entre mitológicos y fantásticos, como Cándida Pulchana y Kunquat El Cenizo.
En el otro extremo, la voz en “Poema manual” es la de un estudiante de una escuela pública a cuyas puertas llega todas las mañanas Saeta, un perro que se echa allí hasta que vuelva a salir Brinquilita, y a lo largo de sus páginas el conflicto rondará en la relación con los profesores, la búsqueda de la escritura de un poema y un embarazo adolescente.
Con su desenfadado estilo, Eguía construye dos historias que se van armando por fragmentos, a veces inconexos, o al menos aparentemente inconexos (y eso es, sin dudas, un efecto buscado por el autor), en las que sobresale una suerte de alegato a favor de la creación humana, oponiéndola desde la sátira a la Inteligencia Artificial y a la presencia permanente de las tecnologías en nuestra cotidianeidad.
En estas novelas, Eguía fuerza el lenguaje hasta llevarlo a construcciones de una marcada y superlativa estética poética, exponiendo las posibilidades de la creación literaria humana por sobre la producción de los sistemas artificiales, además de burlarse del abuso que se hace en la actualidad de las siglas, costumbre también derivada de las tecnologías, con expresiones como CONAIN (Coherencia de Navegación Interminable), TP (Tripa Peristáltica) y DEPP (Doble Enjuto, Penetrante, Poético).
Habiendo vivido la inclusión de las tecnologías digitales en la escuela como docente de biología, Eguía nos dice respecto de esta bilogía: “Lo que me planteé fue algo así como un desafío paródico como que la máquina escribía la novela o el poema. Me parece que es una parodia, un futurismo de la máquina que te toma el cerebro e incluso se mete en tu desarrollo estético”.
Pero esa parodia a la que se refiere Eguía es la primera capa de lectura de ambas novelas, ya que su experiencia como docente le permite también parodiar el sistema educativo, además de reírse de los devaneos intelectuales en torno a la literatura y la producción literaria, permitirse la inclusión de una mirada social de las aulas y hasta cuestionar las políticas educativas actuales sin tapujos.
“Yolanda, idolatrada por mí, adorablemente fresca, dijo: deberías ejecutar una cuidadosa reescritura, reconsiderando una escuela pública que puede ser fulminada por Las Fuerzas Que Bajarán Del Cielo”, dice en “Escuela”, en tanto que, consultado sobre las diferentes capas de lectura de la bilogía, nos explica: “Obviamente que se filtra lo político, y no lo esquivo, dejo que ingrese. Hice 26 años de trabajo docente en escuelas públicas y en sectores de escuelas periféricas esas que en algún momento eran catalogadas de alto riesgo, porque eran todos pibes marginales pobres. En cierta forma siempre estuve muy atento a eso”.
Con todos estos elementos, “Escuela” y “Poema manual” conforman una saga tan divertida en su trama como profunda en los planteos que se cuelan a través del humor con que ha sido elaborada.
“El humor para mí es central, en un punto es una exageración, casi a la caricatura, y no lo vivo como una condena, sino como algo buscado”, concluye Carlos Martín Eguía.