El 25 de julio de 1924, el periódico «Martín Fierro» publicó una carta firmada por Roberto Mariani, titulada «Martín Fierro y yo». En ella, Mariani, un destacado miembro del Grupo Boedo, expresa sus críticas hacia la revista Martín Fierro y sus colaboradores, principalmente asociados con el Grupo Florida. La carta es significativa porque refleja las tensiones entre estas dos corrientes literarias de la época, conocidas por sus enfoques opuestos sobre el papel de la literatura y la cultura.
Esta publicación fue el disparador de la polémica entre los grupos Boedo y Florida.
Un poco de historia
En los años 1920 y 1930, la literatura argentina vivió un momento de efervescencia y renovación cultural marcado por la aparición de dos grupos literarios que, aunque compartían una misma época, representaban visiones muy diferentes de la literatura y la cultura: los grupos Boedo y Florida.
La vanguardia en la Argentina de los años ’20 y ’30 se basaba en un modelo de oposición, en dos miradas opuestas sobre cómo abordar lo nuevo. Si Florida hizo foco en la ideología estética de la novedad (novedad que se traduce en metáforas ultraístas, en nostalgias borgeanas o en miradas futuristas que reflejan lo verdadero), Boedo apostó por el arte al servicio del proletariado: a pesar de aceptar la división de clases, este grupo elegía los materiales de su producción en función de la tematización de la clase trabajadora y de la población inmigrante.
Debido a sus circunstancias ideológicas diversas, Boedo y Florida ofrecían, necesariamente, dos productos distintos. Esta división, conocida como la «polémica de Boedo y Florida,» reflejaba las tensiones entre la vanguardia artística y las preocupaciones sociales, y dejó una huella, vigente hasta la actualidad, en el panorama literario y cultural del país. La controversia entre los escritores de cada grupo se centró principalmente en el ámbito intelectual y ambos grupos desarrollaron un sentimiento de transgresión con respecto a las normas.
Cada grupo contaba con sus respectivas publicaciones: uno tenía su redacción sobre la calle Florida, céntrica, aristocrática y más bien europeizada; contaba, entre otras publicaciones, con la revista Proa. Florida concentraba a los jóvenes (la mayoría de los cuales eran poetas, atraídos por las vanguardias europeas) y representaba el cosmopolitismo. Los miembros de la revista Martín Fierro se reunían en los cafés de la Avenida de Mayo o en la confitería Richmond, ubicada en el centro de Buenos Aires.
En cambio, en una calle alejada, proletaria, tanguera y popular de Boedo (que aún no era oficialmente un vecindario, sino simplemente una calle, parte de Almagro y San Cristóbal), se encontraba la editorial Claridad, que publicaba las revistas Los Pensadores y Claridad. Este escenario fue el lugar de residencia y el símbolo de otro grupo (numeroso, por cierto) de escritores, que valoraban la prosa como un medio para la revolución social.
Para los autores nucleados en el grupo Florida, a los nuevos tiempos correspondían nuevas formas de arte.
En cambio, el grupo Boedo sostenía que a los nuevos tiempos correspondían nuevas formas de vida. Que debían cambiar las condiciones de la existencia del hombre y no las condiciones de las modalidades del arte.
Entre los miembros destacados del Grupo Boedo se encontraban autores como Roberto Arlt, Leónidas Barletta y Elías Castelnuovo. Sus obras frecuentemente abordaban la miseria, la explotación y las dificultades de la vida urbana en Buenos Aires, buscando no solo narrar la realidad sino también transformarla a través de la literatura.
El grupo Florida estaba asociado con la revista Martín Fierro, un espacio crucial para la difusión de las ideas vanguardistas y literarias de la época. Entre sus miembros se destacaban figuras como Jorge Luis Borges, Oliverio Girondo y Victoria Ocampo. Este grupo enfatizaba la autonomía del arte y la literatura, buscando explorar la complejidad del lenguaje y la forma narrativa.
La polémica
La polémica entre ambos grupos se desarrolló en revistas literarias y círculos culturales, con debates acalorados sobre el papel del escritor en la sociedad y la función de la literatura. Mientras Boedo veía la literatura como una herramienta de cambio social y denuncia, Florida defendía la idea de la literatura como un fin en sí mismo, enfocado en la exploración estética y formal.
Aunque la rivalidad era intensa, a menudo exacerbada por la prensa y las publicaciones literarias, muchos críticos y estudiosos han señalado que la división no era tan tajante como se presentaba. De hecho, algunos escritores eran simpatizantes de ambos grupos o se encontraban influenciados por las corrientes de pensamiento de ambos lados.
Legado, reconciliación e influencia posterior
Con el tiempo, la polémica de Boedo y Florida se convirtió en un símbolo de la variedad y la diversidad del modernismo argentino, impulsando una mayor diversificación en los temas y estilos dentro de la literatura y el arte argentino. El Grupo Boedo, con su énfasis en el realismo social y la denuncia de las injusticias, abrió camino para una literatura comprometida y crítica con la realidad social. Sus obras inspiraron a escritores y artistas, tales como Juan Gelman y Rodolfo Walsh, a abordar cuestiones de pobreza, desigualdad y lucha de clases, convirtiendo la literatura en un vehículo para el cambio social.
Por otro lado, el Grupo Florida, con su enfoque en la innovación formal y la exploración estética, fomentó la experimentación y la búsqueda de nuevas formas de expresión artística. Su interés en las vanguardias europeas y la modernidad promovió un arte más introspectivo, estético y experimental, influenciando a autores y artistas (como Julio Cortázar y Leopoldo Marechal) que buscaban romper con las tradiciones y explorar la complejidad del lenguaje y la forma.
Aunque la polémica se fue diluyendo con el tiempo, dando paso a una integración de los enfoques de ambos grupos, la confrontación y el diálogo entre estas dos corrientes ayudaron a definir qué significaba ser un escritor o artista argentino, explorando las diversas facetas de la realidad nacional. Esto sentó las bases para una literatura y un arte que, aunque abiertos a influencias extranjeras, también estaban profundamente arraigados en la experiencia y las preocupaciones locales.